(GEC)
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Cuando se inició la pandemia, señalamos que su combate debía parecerse a una guerra prolongada. No solo por el tiempo de duración, sino por el dinamismo de la estrategia que permite combinar la inicial defensa pasiva con la activa, conforme se conoce cada vez más al enemigo.

La pandemia inicialmente fue combatida con la cuarentena, que logró menguar la intensidad del daño ocasionado por un desconocido virus. El objetivo también fue ganar tiempo para ir resolviendo las extremas fragilidades de nuestro sistema de salud.

Y se mostró también la poca preparación del Estado para llevar a la práctica la asistencia a la población más indefensa. Pero, a pesar de todo, parecía que se había logrado bajar la curva a punta de martillazos.

Sin embargo, hemos visto la velocidad e intensidad con que el virus se traslada a nuevas zonas sin disminuir los daños en las primeras, por lo que parecería que la defensa pasiva –cuarentenas– ya no basta para contener el avance del virus. Necesitamos iniciar la defensa activa. Es decir, combinar el encierro en casa con el control efectivo a las personas enfermas, la cercanía a sus familiares y la identificación de sus posibles contagiados.

Se dijo que las postas del primer nivel del sistema de salud serían las que deberían entrar en este combate. Para llevar a la práctica eso, no basta el esfuerzo del personal de la salud. Se requiere la ayuda organizada de los vecinos conscientes para la investigación, información y enseñanza a las familias del barrio o localidad. Es decir, la participación ciudadana.

El Centro de Salud Ex Fundo Naranjal, en el distrito de San Martín de Porres, es un ejemplo a seguir.

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