Hace unas semanas el Instituto Global McKinsey publicó un interesante informe titulado ¿Dependencia y despoblación? ¿Cómo afrontar las consecuencias de una nueva realidad demográfica? Destaca el peligro de un colapso demográfico en las principales economías del mundo como resultado de fuertes caídas de las tasas de fertilidad. Actualmente, dos tercios de la población mundial viven en países en los que dichas tasas son inferiores a las requeridas para que no disminuya su población. Según proyecta la ONU, para 2100, la población de algunos países grandes se reduciría entre 20% y 50% sin inmigración.
Otro cambio es el rápido envejecimiento de la población debido al aumento de la longevidad que trae el progreso médico y a la disminución de jóvenes por la caída en la tasa de fertilidad. El informe indica que las muertes anuales ya superan los nacimientos en muchas economías avanzadas, incluyendo China. Países como el Perú todavía tienen poblaciones relativamente jóvenes, pero tienen que aprovechar lo que les queda de este “boom demográfico” para enriquecerse antes que les llegue la transformación demográfica.
Si la población de un país deja de crecer o disminuye, tiene impactos significativos en la economía y las finanzas públicas. Caería el crecimiento económico como resultado de menos trabajadores, menos innovación y emprendimiento por envejecimiento poblacional y menos demanda interna. Los déficits fiscales se incrementarían por menores ingresos tributarios y habría una mayor carga sobre la seguridad social (al aumentar la proporción de jubilados a trabajadores activos) y sobre los servicios médicos públicos por el envejecimiento poblacional.
Las soluciones no son sencillas. Las principales son: aumentar la productividad para compensar la menor fuerza laboral, aumentar la edad de jubilación, fomentar la natalidad y permitir más inmigración. Esta última es indispensable para evitar la caída poblacional en países como EE.UU., Japón y la Unión Europea, entre otros; pero enfrenta importantes retos por temores reales o infundados sobre pérdida de identidad nacional, el ingreso de culturas foráneas, inseguridad y la pérdida de empleos para los nativos.
En EE.UU. la percepción sobre inmigración es más positiva que en Europa, aunque con el triunfo de Trump y su discurso antiinmigrante ha reducido la opinión favorable sobre ellos. En el caso de Europa alrededor del 60% considera excesiva la llegada de migrantes en los últimos años. Paradójicamente, los necesitan porque desempeñan trabajos esenciales en sectores con escasez de mano de obra debido a bajos salarios y a condiciones laborales difíciles e inestables.
Los retos serán enormes requiriendo una perspectiva más abierta. La xenofobia y la miopía con respecto a la necesidad de migrantes en muchos países deberán cambiar. Sin ellos la población de EE.UU. se reduciría de 340 millones a 310-330 millones en 2050, mientras que en Europa se reduciría de 450 millones a entre 350 y 400 millones. Las políticas inmigratorias determinarán el futuro demográfico y económico de muchos países.