El Cambio Climático y Greta Thunberg. (Getty)
El Cambio Climático y Greta Thunberg. (Getty)

Quizás yo era de esas personas que entendía que el cambio climático no va con ella. Aunque hace mucho que en mi casa se clasifica la basura y se evita usar bolsas de plástico, me parecía que era un tema que no me tocaba de cerca; vivía un poco despreocupada.

Todo cambió cuando hace poco tuve conocimiento directo de esas concentraciones que en más de 200 ciudades del mundo son protagonizadas por cientos, miles de adolescentes y jóvenes que cada viernes recuerdan que el tiempo se agota. Oír voces de niños angustiados, reclamando por el futuro de su planeta, ni es producto de la manipulación, ni de falta de información.

Tampoco hay que leer demasiado al respecto. Basta seguir las noticias. La naturaleza, vapuleada por nosotros, está dando respuestas propias de una película de ciencia ficción, en la que los ríos se desbordan cuando no toca; nieva en el desierto; o hace calor en la Navidad de Berlín. Y mientras, nosotros, sin tomar medidas o a la espera de que niños, como la sueca Greta Thunberg, de 15 años, decidan hacer lo que los adultos no hacemos.

Greta, con su acción de faltar los viernes a clase, ha conseguido permear las conciencias relajadas como la mía. La BBC y el New York Times se preguntan cuál es el secreto de esta niña, posible candidata al Nobel de la Paz. Ella destaca la hipocresía de los que, bajo el pretexto de la lucha contra el cambio climático, sacan pingües beneficios a sus conferencias; destaca, además, la ceguera de casi todos y denuncia con firmeza el no hacer de los que deben hacer.

No se trata solo de evitar el uso de plásticos. Se trata de rechazar toda acción pública o particular que dañe nuestro ecosistema. El mensaje de Greta es claro: Ni hay Planeta B, ni tiempo que perder.