Alan García sorprendió al solicitar anoche asilo político en la embajada de Uruguay. (Foto: Agencia Andina)
Alan García sorprendió al solicitar anoche asilo político en la embajada de Uruguay. (Foto: Agencia Andina)

Alan García, quien dijo que estar en su patria por 18 meses no era ningún castigo, soportó menos de 24 horas antes de pedir asilo en la embajada de Uruguay. A diferencia de 1992, cuando pidió asilo en la embajada de Colombia, ahora no hay tanques ni soldados en la puerta de su casa, sino aquella solitaria justicia que pasó desapercibida durante 28 años y apareció para atormentar y pedirle rendición de cuentas al último “búfalo”.

El domingo, mientras el país asimilaba la noticia, el congresista Mauricio Mulder dio una entrevista a Josefina Townsend en la que comparó la situación de García con la de Haya de la Torre. Townsend, de manera muy elocuente, le increpó que, a diferencia de Alan, Haya murió pobre y en cama prestada. Aquella es una de las tantas veces en las que Alan y otros allegados usan el nombre y la memoria de Haya para victimizarse. Porque en todas las defensas de Alan, este argumenta que lo incriminan por odio al Apra. Y, al igual que el rey Luis XIV, quien dijo: “El Estado soy yo”, Alan parece decir: “El Apra soy yo”. Sin embargo, el Apra ha muerto y en el arma homicida están las huellas de García. Aquel que alguna vez fue la esperanza del partido y del país se convirtió en el verdugo de la estrella y en el profanador de la memoria de su mentor.

El lugar donde vaya a estar Alan en el futuro es incierto. Sin embargo, el lugar que ocupará en la historia es un hecho. El Apra de Haya de la Torre ya no existe, solo queda la maquinaria inerte tomada por aquellos que le hicieron más daño al partido que dictadores como Sánchez Cerro u Odría. Y será bueno que los apristas se pregunten si valió la pena sacrificar al partido para salvar a Alan. Porque cayó el “búfalo”, pero se bajó la estrella.

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