Redacción PERÚ21

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Beto Ortiz,PandemonioQuerido Beto:

Solo puedo decirte que tus chapas hacia mí solo podrían causar lo que una buena broma siempre genera: risa en la mayoría, frotaditas de mano en una pequeña minoría, (nunca faltan), indignación en algún radical y cegado admirador, (léase: mi mamá) y, por cierto –y es aquí donde más sufro– la burla más despiadada de quienes menos lo esperas: de una bella mujer y dos aún más bellas adolescentes, (mi esposa e hijas), que esta misma noche me estarán esperando en casa para recibirme al unísono con un sonoro "¡Habla, Butifarrón!" Solo una curiosidad: ¿será posible cambiar Butifarrón por Butifarrita? Y es que, en boca de mis hijas, butifarrón sonaría como panetón.

Gastón.

Mi querido Ratatouille:

Cuando vivía en Santa Beatriz, mis viejos me llevaban los domingos siempre al "Aurelia" de Petit Thouars donde comprábamos esas planchas de "estampillas gorditas" que a mí me encantaba desglosar ayudando a mi vieja en la cocina. Luego nos pasábamos a comer el pan con pavo más jugoso del planeta en "Santa Mónica" que estaba al ladito y ese era, de lejos, el momento más sublime de la semana. Al yugoslavo del Cine Country no recuerdo haber ido, pero ya que llegamos al álgido tema butifarral, butifarresco o butifarrino, me remito a las pruebas para demostrarte fehacientemente que la idea aquella no fue mía sino de un amigo tuyo al que mejor mantendremos en el anonimato. Manya:

Gaston –Butifarra– Acurio me cae mal porque le va demasiado bien y entonces uno se pregunta: ¿por qué diosito lindo? ¿Por qué no le vuelcas la combi a él también?

Como verás, el aumentativo es añadido mío. Él dijo "Butifarra". Yo como siempre, la empeoré agregándole el 'on. Pero está bien, a despreocuparse, prometo cambiar a Butifarrita en lo sucesivo. Last, but not least, diré en mi defensa que mucho antes de que Vilela te escribiera veinticuatro páginas y antes de que Gustavo Rodríguez publique tu biografía, (si aún no lo ha hecho, huye mientras puedas), antes de que corrieran tantos ríos de tinta y te arrastraran, digo, mucho antes de que debutaras con Michelle en "Sazón y Sabor", mucho antes de que te entrevistaran todos los Bourdains y demás finas hierbas, o sea, antes del advenimiento de tu boom, cuando tu restaurante todavía era francés, este pechito (ideal para guisos), ya te había hecho tu rico reportajito dominguero del que espero no te olvides nunca. Conste. Ahora vivo a pocas cuadras de tu laboratorio gastronómico. En el Barranco del pobre, pasando Bolognesi, en pleno Pastrulandia. Pero todas las tardes menudo pie me lleva por la vereda que se estremece, así que cuando veas pasar a un gordo de gorra arrastrado malamente por dos bellísimas perras siberianas cual un Papá Noel sin trineo, hazle adiós desde tu balcón colonial porque es muy probable que sea yo.

Beto

Querido Beto:

Mi padre también me hizo descubrir Santa Mónica. Realmente los mejores sánguches de aquella época. Recalco el "aquella" porque fui el otro día y la verdad estaban bastante malucos, destruyendo con mi incursión, su dulce y salivoso recuerdo. Mi buen amigo Sabina tiene razón una vez más. Al lugar donde fuiste feliz nunca debes tratar de volver y es que ya me pasó con el combinado del Estadio, el apanado a lo pobre de la carretera, la pachamanca de Santa Eulalia, los chicharrones de Lurín y hasta con las manzanas acarameladas del Parque de las Leyendas. Todos, grandes recuerdos que debieron quedarse como tales, de no ser porque el apetito de Butifarrón tiene cada vez menos límites. Y, ya para cerrar el tema sanguchero: una infidencia familiar: esto de identificarnos con el mundo de la boulangerie nacional, es algo que nos persigue ya desde hace buen tiempo. ¿Sabes cómo le decían a mi padre en el Senado? "Pan de Tropa" Acurio.

No lo parece, pero a mí, casi todos los días se me vuelca una combi.

Despertarte todas las mañanas sabiendo que nunca cumplirás tu sueño es más bien como si se te volteara un ikarus. Y mi sueño es muy simple: un restaurante de ocho mesas, una pizarra anunciando los guisos del día, abierto de 12 a 6 p.m. de lunes a viernes, en la Plaza San Martín reloaded, y otro de igual número de mesas, abierto sábados y domingos en la campiña de Calango, (o en cualquier otra), donde solo se sirven tres platos: camarones a la piedra, chanchito al palo con carapulcra a la leña y pastel de manzana Delicia, (cuando la manzana Delicia Made in Peru, como acto definitivo de supremacía peruana derrote finalmente en el mercado internacional a la hoy poderosa manzana chilena). En ambos el cocinero sería quien habla, por supuesto, y el público, esencialmente: mujeres maduras, rendidas ante los atributos cincuentones de un ex Butifarrón que, para ese entonces, anhela ser una mezcla de Enzo, (el pionero de los gimnasios limeños), Nílver Huárac, (lo envidio por haber recorrido las curvas de Jeannete) y Badani y sus 7 poderes (me confieso su más enardecido admirador). Ese es mi sueño egoísta.

El otro el que me persigue como le herencia de un padre al que jamás podré superar, ese sí que es casi un rochabús. Es difícil aceptar cada mañana que no podrás ver aquello por lo que luchas, que es, en esencia dejar atrás un país bastante más de todos que el que te tocó vivir. Y que, a pesar de ello, tu bandera del optimismo deba seguir erguida y agitándose aunque el viento no sople porque eso es lo que la gente espera de ti. Desde Lucas, mi perro buldog sordo, hasta los 45 alumnos que hoy formamos en Pachacútec para que dentro de 5 años vayan a ser líderes de la culinaria nacional en cualquier parte del mundo, ganen en promedio, cinco mil dólares al mes y se conviertan en íconos para aquellos que –quién sabe ahora mismo– estén embarcándose en alguna lancha sin destino, con una visa falsa y 20 dólares rotos, con la misma ilusión del Bobby López del buen Julio Ramón.

Quizás no me creas y es normal, pero, en verdad, yo cocino por placer pero trabajo por deber. No por codicia. Siento que llevar la cocina peruana por el mundo es mi deber y por eso lo cumplo. Qué le voy a hacer. Así me enseñaron a vivir.

Gastón.