Todos los integrantes titulares del CNM fueron removidos por decisión del Congreso de la República. (Difusión)
Todos los integrantes titulares del CNM fueron removidos por decisión del Congreso de la República. (Difusión)

El presidente Martín Vizcarra se ha referido –en su mensaje a la nación– a una frase que se escucha en uno de los audios y que rescato como título de esta columna. Efectivamente, si hay jueces que reciben coimas, tiene que haber abogados que las pagan y los que no pagan, pierden los juicios. No en todos los casos, pero sí en un buen número de ellos, como se constata en los audios. En consecuencia, la reforma que se necesita no es de códigos, garantías, derechos, obligaciones, debido proceso, etc., sino de la administración de justicia.

Por eso creo que el presidente puso el dedo en la llaga al rechazar el modelo actual para reclutar a los miembros del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) –organismo que nombra y destituye a jueces y fiscales– y los integrantes de la Oficina de Control de Magistratura –ente que evalúa el comportamiento de estos– así como al señalar la necesidad de un “estatuto de la abogacía” que penalice el mal comportamiento.

El diagnóstico es, por lo tanto, acertado, pero la gran pregunta es ¿qué hacer? Y es aquí donde propone un sistema de concurso público de méritos para seleccionar a los consejeros del CNM y la OCMA. En abstracto, un concurso es sin duda positivo, pero no creo ni que la solución sea tan sencilla, ni que sea prudente tratar de encontrar soluciones apresuradas y sin estudiar a fondo la evidencia internacional de otros países que han enfrentado retos similares.

Todo concurso trae consigo el eterno problema del quis custodiet ipsos custodes? (¿quién vigila al vigilante?) que planteó el poeta romano Juvenal, que en este caso podríamos reformular como: ¿quién administra el concurso? No sea que vaya a ocurrir como con las licitaciones de las inversiones públicas y público-privadas que supuestamente también se adjudicaban mediante concurso público y ya sabemos lo que pasó.

Por eso insisto en algo que dije en mi columna anterior: cuando la corrupción es sistémica, es difícil operar una transformación ‘desde adentro’ –tan difícil como encontrar una aguja en un pajar–, ya que todos están ‘amarrados’. Romper el círculo vicioso es complicado y requiere de análisis exhaustivo de experiencias de otros países.