“La primera vez que escuché la palabra “burocracia” fue cuando mi mamá nos leía las historias de Mafalda y sus amigos”.
“La primera vez que escuché la palabra “burocracia” fue cuando mi mamá nos leía las historias de Mafalda y sus amigos”.

La primera vez que escuché la palabra “burocracia” fue cuando mi mamá nos leía las historias de Mafalda y sus amigos. Era el nombre de su tortuga, que aparecía cada cierto tiempo por ahí, siempre lenta como el aparato estatal, así que ya imaginarán por qué se llamaba así. Desde un inicio, el nombre Burocracia se nos quedó pegado, así que bautizamos a nuestra primera mascota familiar, también una tortuga, en su honor. Desde ahí, como millones de personas, siempre imaginé que Mafalda y yo estábamos conectados.

En esos años era un niño que no entendía nada de esas cosas de adultos, como Estado, libertad, pensiones, machismo, medio ambiente o gente vestida de saco y corbata decidiendo sobre el futuro del mundo, pero las viñetas y los diálogos que Quino nos regaló con Mafalda tenían una magia sensible que me ayudaron a darles sentido. Durante buen tiempo lo único que leí fueron el tomo amarillo gordo de “Todo Mafalda” o “10 Años con Mafalda”, hasta saberme de memoria los diálogos. Esas ediciones todavía siguen dando vueltas por casa.

Quino puso a hacer política a una niña que nos llevó de la mano a muchos a entender mejor ese territorio adulto de complejidades e injusticias que aún nos era distante. Parte de su genialidad es haber inventado ese lenguaje atinadamente lúdico y crítico para que los más pequeños se acerquen a la política, mostrando, de una manera empática y accesible, lo absurda y contradictoria que puede llegar a ser la sociedad que hemos construido.

Luego, cuando Quino se cansó de Mafalda, igual siguió cumpliendo esa misión a través de la infinidad de historietas que siguió publicando y que hasta ahora sigo revisando. Además de ser un excelente artista, Quino fue un verdadero analista político. Uno de los más grandes. Sus análisis mantienen vigencia a pesar de que han pasado décadas.

Cuánto le debemos a Joaquín Salvador Lavado. Que se le lea por siempre.

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