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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Ariel Segal,Opina.21 arielsegal@hotmail.com

Durante el Mundial, Dilma Rousseff escribió un artículo titulado "La selección (brasileña) está por encima de cualquier interés, incluso político". Se asume que la presidenta de Brasil se refería a que hay que apartar el éxito deportivo de su país de los asuntos que causaron las protestas contra su gobierno y, sobre todo, de cómo la oposición aprovechó esta situación para criticarla. Pero Dilma se sobrepasó al asegurar a sus compatriotas que, cuando fue encarcelada por la dictadura por ser parte de una guerrilla, ella y sus compañeras de prisión apoyaban al equipo liderado por Pelé en 1970. "En esa época, muchas personas que se oponían al régimen militar inicialmente comenzaron a decir que podíamos fortalecer la dictadura si apoyásemos a la selección brasileña"–escribió–, y con ello aseguró que lo político debe estar separado del deporte.

Es respetable la postura de Dilma, a quien le convino que su selección llegara lejos en el Mundial, pero hay momentos en que el uso del deporte con fines políticos (igual que el arte, la ciencia o todo campo que busca exaltar al espíritu humano) nos obliga a tomar una posición principista más allá de nuestras pasiones. El Mundial no justificó el desplazamiento de centenares de familias para que en Río de Janeiro los turistas no tuvieran que ver mendigos ni los excesos de violencia en las favelas para aislarlas por un mes, así como no se justificó que Mussolini pagara a árbitros durante el Mundial de Italia 1934 para garantizar la victoria de su selección, o lo de la dictadura argentina en el Mundial 1978, de la cual el futbolista Osvaldo Ardiles luego diría: "Nos usaron como arma propagandística; entonces no lo podíamos ver".

Definitivamente, ni París vale una misa ni Brasil la victoria de su selección.

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