notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Carlos Carlín,Habla.Babasccarlin@peru21.com

Mi pie hinchado como un camote soportó tres horas el dolor del esguince. Quería aterrizar y buscar una farmacia. En tierra, un muchacho se apiadó de mí y prometió conseguirme una silla de ruedas. Me pidió que lo siguiera hasta la cola de preferencial en Migraciones. La señorita del módulo decidió atender primero a TODA una tripulación. Había que entenderla porque, como era fea como un demonio, seguro tenía en esa la única oportunidad de coquetear con un ser vivo. Esperé, me selló el pasaporte y dos pasos después casi caigo de cara al suelo porque pisé unos papeles tirados. Maldije y avancé. A lo lejos vi un hombre que cuidaba cerca de 20 sillas de ruedas. Rengueé con mi pie de Hobbit hacia él. Me dijo: "Ahorita no puedo ayudarte". Entonces, apareció el muchacho con la silla prometida. Se acercó, me sentó y se fue. Mi pie y yo sentados en la silla recogimos, sin nadie que ayudara, la maleta y rodamos con esta encima hasta la última y absurda cola, esa del botón verde o rojo. Con ayuda del segundo buen hombre de todo el aeropuerto, llegué por fin a la salida. Busqué un taxi, y un chofer de Taxi Green, con cara de infelicidad, me vio en silla de ruedas, con el pie encamotado y la maleta encima. Sin inmutarse, siguió mirando en dirección al cartel que dice grandazo: "Bienvenido a Lima".