Informalidad (Foto: GEC)
Informalidad (Foto: GEC)

Por: Alejandra Santistevan de las Casas

No es novedad que a lo largo de los años en el Perú ha existido una cultura errada sobre los supuestos beneficios que existen en el desarrollo de actividades empresariales dentro del marco de la informalidad. El gremio empresarial está dividido, hay un sector que no concibe la posibilidad de actuar en la informalidad, mientras que otro grupo se siente mucho más “cómodo” realizando sus actividades de manera informal.

La decisión de tener un negocio formal o informal no necesariamente está relacionada con la capacidad económica. Según un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el trabajo informal no solo sucede con las personas de menor condición económica, sino que también la clase media y la clase alta optan por laborar en condiciones de informalidad ya que consideran que les genera mayores beneficios en el corto plazo. Es por ello que evadir los aparentes costos de la formalidad seduce a los empresarios ya que estos se desentenderían del pago de impuestos, costos laborales, obtención de licencias y, además, en apariencia, es mucho más fácil empezar un negocio con costos bajos.

En el Perú, aparentemente, aún no se ha tomado conciencia del efecto a largo plazo de este supuesto “ahorro” que trae la informalidad. Con el pasar de los años, para los empresarios que actúan en el marco de la informalidad, les será más costoso continuar en esta situación, ya que no podrán acogerse a los beneficios de la formalidad. A modo de ejemplo, el empresario informal, por no tener las licencias correspondientes en el local donde realiza sus actividades, asumiría toda la responsabilidad en caso de alguna desgracia, o si alguna de las personas que realizan actividades a favor de su empresa sufre un accidente, no tendrá cobertura por el seguro al no estar en planilla.

Adicionalmente, tanto las personas que trabajan en este tipo de negocios (informales) como los consumidores que adquieren productos o servicios de estos siempre estarán más expuestas a situaciones de peligro que podrían reducirse en el marco de la formalidad. El hecho de adquirir productos de consumo masivo como alimentos elaborados en una fábrica que no tiene los registros sanitarios requeridos, visitar un restaurante que no cuenta con las licencias necesarias, pone a los usuarios de los servicios en una situación de riesgo inevitablemente. De la misma manera, las personas que realizan actividades para empresas informales se encuentran en una situación de desprotección porque no reciben los salarios acordes a la normativa laboral vigente, no tienen ningún tipo de seguros y, lo que es peor, desarrollan sus actividades en condiciones no adecuadas.

Ahora bien, los costos de ser formal no son tan altos como pareciera, considerando los resultados a largo plazo. Las posibilidades de crecimiento de un negocio informal son mucho menores que las de uno formal. Los negocios informales tienen alta rotación de personal; además, en la mayoría de los casos, no existe un estándar de calidad en los productos y servicios que brindan. Esto trae como consecuencia la poca fidelización con los clientes y la pérdida rápida de estos, que son finalmente los que sostienen el negocio. Los negocios informales suelen sobrevivir el día a día sin una preocupación real sobre su proyección a futuro. Asimismo, no se puede dejar de lado la situación en la que viven los empresarios informales, ya que constantemente están expuestos a: ¿cuándo los fiscalizará la Sunat o la Sunafil?, ¿qué ocurriría si hay un incendio y hay personas afectadas?, ¿cuál será su responsabilidad por no tener las licencias en orden?, ¿cuándo un colaborador iniciará una demanda laboral por no estar debidamente contratado? Son un sinfín de posibilidades.

El asunto de la formalidad o informalidad juega un rol trascendental en la economía de nuestro país. Lamentablemente, algunos aspectos como corrupción, mafias y demás han dado como resultado que la informalidad sea el común denominador en cierto grupo de empresarios peruanos, en mayor medida en los microempresarios. Adicionalmente, es importante tener en cuenta que la informalidad toma preponderancia por una serie de factores: la insuficiencia de servicios públicos de calidad, un régimen normativo muchas veces deficiente y oneroso en su aplicabilidad, la poca flexibilidad tributaria, la debilidad en la supervisión del Estado, entre otros. Sin embargo, esto no puede ser una excusa. En los países con un mayor desarrollo económico, los negocios formales son la regla general, no existe la posibilidad de hacer una venta sin la emisión de comprobantes de pago, los locales comerciales cuentan con los permisos necesarios para desarrollar sus actividades, los trabajadores reciben los salarios de acuerdo a ley, y así sucesivamente. En el Perú, las excusas sobran, los falsos ahorros de la informalidad lo único que traen son más costos al empresario y al Estado, sin dejar de lado las lamentables pérdidas humanas que muchas veces dicho accionar ocasiona.

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