Barra siniestra.
Barra siniestra.

La violencia de las barras bravas amenaza otra vez con salirse de cauce. No es que en algún momento estuviese totalmente controlada, pero, hasta estos últimos días, daba la impresión de que sus efectos más nocivos se habían neutralizado con la prohibición de que, durante los partidos oficiales, los equipos visitantes concurrieran a jugar con sus aficionados e hinchas.

De ese modo se evitaban enfrentamientos dentro o en los alrededores de los estadios. Y en cierta manera funcionó por un tiempo.

El sábado último, sin embargo, se produjo una riña callejera en Santa Anita que dejó un saldo de dos niños abatidos por arma de fuego. La policía ya habría identificado al presunto autor de los disparos, pero la inquietud de los limeños –y en particular los vecinos de la zona– no ha menguado.

Estas reyertas, en las que no importa el color de la camiseta que lleven víctimas o victimarios, son fiel expresión de la inseguridad ciudadana que vive el país. Porque a contrapelo del gran despliegue que se realizó ese día –1,389 efectivos, según el jefe de la Región Policial de Lima– pareciera que igual se les escapó la tortuga en uno de los tramos donde correspondía resguardar el desplazamiento de los barristas.

Tratándose, en verdad, de bandas de delincuentes que operan bajo las banderolas de determinados equipos de fútbol, las autoridades deberían tener una planificación que vaya más allá de lo puramente coyuntural. Un trabajo de inteligencia que les permita detectar de inmediato a los revoltosos y sus cabecillas.

La Policía, para empezar, debería tener meticulosamente mapeados a estos núcleos criminales que entran en combustión cuando la multitud enfervorizada pasa a convertirse en horda linchadora, causando destrozos a su paso. Porque lo peor es que estas bandas facciosas no solo se abalean o acuchillan entre ellas: sus ataques suelen cobrar también víctimas inocentes que tuvieron la mala suerte de estar cerca del lugar de las refriegas.

La violencia alrededor del fútbol no existe solamente en el Perú, desde luego. Cada país –Inglaterra, Italia, Brasil, Argentina– se vio obligado a definir una estrategia para neutralizar el vandalismo asesino de las llamadas barras bravas cuando las cosas se salieron de control.

Es hora de que las autoridades locales aprendan de estas experiencias y comiencen a elaborar un plan propio que destierre a estos desadaptados de la escena futbolística, sea dentro o fuera de los estadios.

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