Autoridad sin influencia
Autoridad sin influencia

Hasta hace poco, un grupo pequeño, digamos 10% de la sociedad adulta, tenía autoridad. En virtud de su apellido, patrimonio o cargo, hacían o impedían que las cosas pasaran, causaban daño o beneficio. Tenían, además, influencia, marcaban la pauta, hoy diríamos que determinaban tendencias. Sus voces resonaban y cuando sus debates terminaban en la victoria o derrota de una parte, frecuentemente alguna forma de compromiso, el resto seguía. Autoridad e influencia estaban en el mismo lugar y habitaban en las mismas personas.

Se acabó.

Hay quienes tienen autoridad e influencia, pero cada vez más, esta última está desparramada en el 90% de quienes antes estaban en las tribunas. Y las autoridades, donde quiera que se encuentren, en diferentes campos, pero sobre todo en las cumbres de organizaciones e instituciones diversas, no se han dado cuenta. Y cada vez más se estrellan contra su antes impensable impotencia.

Presidentes, congresistas, directores, directivos, alcaldes, secretarios generales actúan, declaran y deciden. Notables hacen pronunciamientos y manifiestos. Antes enfrentaban las consecuencias de sus actos entre ellos y círculos inmediatos reducidos o, en cámara lenta y efecto retardado, entre los demás.

Hoy, ni bien se consuma un acto, se pronuncia un dicho, se emite una resolución; comienza el escrutinio y aparecen las contradicciones, las mentiras, los apoyos, los denuestos, las inconsistencias entre el ahorita y el hace minutos, horas, días, años; se forman nubes de opinión que se expanden por doquier y ahogan —con razón y sin ella, con justicia y sin ella—, dejan afónica a la autoridad y la contrarrestan. Quien no lo entiende pierde.

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