(Foto: Twitter)
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A pesar de que Castillo haya tratado de edulcorar sus propuestas iniciales, cada vez va quedando más claro que no abandonará su proyecto estatizador, totalitario y de destrucción de la institucionalidad democrática. Sus recientes intentos por moderarse, en algunas apariciones en medios nacionales o en escuetos comunicados de prensa, se contradicen con sus arengas inflamadas frente a sus simpatizantes. Y sus nexos de larga data con organizaciones extremistas como el Conare evidencian una línea ideológica inflexible.

Y aunque quisiera moderarse difícilmente podrá despercudirse del corsé con el que la maquinaria cerronista lo ha ceñido. Perú Libre, sus militantes, sus 37 congresistas electos, y toda la red que se ha construido en torno a su candidatura, creen en el proyecto marxista, leninista y maoista plasmado en el ideario del partido. Si les da la espalda se queda solo y bajo el riesgo de ser vacado una vez en el poder. No va a poder bajarse así nomás del proyecto totalitario de Cerrón solo porque venga algún “salvador” como Hernando de Soto o porque “la izquierda aburguesada y de cafetín” le ofrezca sus cuadros. De hecho, al parecer ya comienza a aflorar el descontento de la militancia de Perú Libre cuando Castillo retrocede en posiciones como la de desactivar la Defensoría del Pueblo. En fin, está atado de manos y si se resiste dará pie a una lucha intestina al interior del partido y la bancada que terminará por accidentar su camino hacia Palacio o, si logra llegar a él, despeñarlo del poder.

Todo indica, entonces, que si llega al poder Castillo intentará implementar un proyecto estatizador y autoritario que, a la postre, podría cargarse nuestras libertades civiles, políticas y económicas. Es cierto que hay límites constitucionales e institucionales que tendrá que franquear para lograrlo y no le será fácil, pero la intención al parecer existe.