K. (Foto: Alonso Chero/Archivo El Comercio)
K. (Foto: Alonso Chero/Archivo El Comercio)

La alianza entre el PPC y APP muestra la debilidad de ambos partidos. El primero necesitaba con urgencia un vehículo electoral que le ofrezca la posibilidad de pasar la valla y no perder la inscripción, mientras que el segundo estaba apurado por conseguir un aliado capitalino que le permita cubrir al electorado limeño. Discursos más, discursos menos, este servinacuy es una simple unión por conveniencia, pactada bajo la creencia de que una campaña juntos promete ser más exitosa que separados. ¿Pero lo será?

Es de suponer que Acuña espera que con el PPC cubrirá algo de Lima y, con suerte, atraerá cierto voto conservador, pero, ¿quién vota hoy por el PPC? Si antes era el partido limeño que buscaba representar a la clase media capitalina, hoy no queda claro qué cosa es. Salvo los votos de Alberto Beingolea por su fama personal y el jale que tiene Marisol Pérez Tello, el PPC se reduce al recuerdo de Bedoya Reyes y las derrotas de Lourdes Flores. Pensar que con el PPC se cubre Lima es un cálculo temerario, más cuando dentro de casa tienen facciones irreconciliables capaces de boicotear al partido para evitar el éxito de la facción opuesta. En definitiva, APP le ofrece mucho más al PPC que el PPC a APP.

Políticamente, para el PPC este parece ser el capítulo final de un recorrido oscilante que comenzó en la campaña de 2011, cuando, siguiendo a Lourdes Flores, se sumergió en el sancochado llamado Alianza por el Gran Cambio, en el que junto a César Acuña, Yehude Simon y el pastor Lay, lanzaron a PPK a la presidencia.

Años después, en 2016, en una alianza sin ningún sentido, el PPC se unió al Apra con García como candidato, en lo que fue una aventura desastrosa, que terminó con ambos partidos reducidos a su mínima expresión. Ahora el PPC vuelve al redil con Acuña. ¿Será el harakiri final luego de una larga agonía? Solo Acuña los podrá salvar. Trágico, ¿no?

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