Salir de este hoyo no dependerá solo de ajustar unas cuantas tuercas, afinar un poco aquí y soltar un poco allá. No existe una idea mágica y única que nos permitirá reflotar, en gran medida porque nuestros problemas son estructurales. La verdad es que nadie sabe bien qué hacer en una realidad como la nuestra de informalidad generalizada y condiciones laborales precarísimas, viviendas multifamiliares tugurizadas, transporte informal, y familias que deben comprar al día porque no tienen dónde congelar comida. Eso sin contar nuestro sistema de salud desmantelado.

En ese desconcierto, sin embargo, sí hay algunas certezas, como es el comportamiento individual que cada uno debería cuidar: lavado de manos, distanciamiento físico y uso de mascarillas, como mínimo. Si sabemos eso, es difícil de entender por qué no existe una megacampaña publicitaria que apele a las emociones y haga evidente los riesgos de actuar como si uno fuese inmune al virus.

Hay problemas que nunca se resolverán con una estrategia de comunicación, pero sí se puede dejar en claro que una reunión con los abuelos, los tíos, primos y sobrinos es el camino más corto para una tragedia familiar. Una fiesta es un harakiri. Hace falta una campaña con fibra que golpee nuestras emociones más primarias. Hace falta corazón.

El gobierno no debería dudar en comunicar más y mejor. En una pandemia la información nunca es suficiente; de hecho, las conferencias del presidente y las declaraciones de ministros son claramente insuficientes. Si equivocadamente alguien cree que comunicar requiere una inversión muy alta, que el gobierno norme que los canales de TV y las estaciones de radio, en cada bloque de comerciales, deberán pasar spots informativos sin pago de por medio. Total, el espectro utilizado por la TV y la radio es un bien público que debe estar al servicio del país en situaciones de emergencia. No esperen más.

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