Es un alivio que Perú tenga a alguien, como Elmer Huerta, con capacidad de transmitir serenidad en estos tiempos de incertidumbre.

Con paciencia y tino, ha ayudado a traducir en fácil el lenguaje de las curvas, el factor r, los picos y las mesetas, combatiendo el desconcierto inevitable que todos sentimos ante un hecho sin precedentes. Como todo el mundo, ha ido afinando su mensaje para adaptarlo a la nueva información sobre el virus, lo que le ha permitido hacer frente con evidencia y argumentos a los charlatanes y desestabilizadores profesionales de siempre. Una tarea como esa no es sencilla. Requiere una combinación de conocimiento, humildad, valor y compromiso, sobre todo cuando vivimos en una época en que, parafraseando a Churchill, las personas están más preocupadas en ser importantes antes que útiles.

Los esfuerzos de un grupito por desprestigiar al Dr. Huerta son verdaderamente repulsivos, como lo es su mal disimulado regodeo ante la tragedia del país. El contraste entre ellos y lo que hace Huerta, una figura que intenta traer calma a un Perú en crisis, es abismal. Es también el reflejo de dos rostros muy distintos de un país en el que aún hay demasiadas personas que creen que la única forma de sobresalir es serruchando a quienes buscan contribuir con el bienestar colectivo desde sus diferentes trincheras.

Aunque la necesidad económica de millones está incitando a flexibilizar todo demasiado rápido, nos encontramos en el momento más crítico de la crisis sanitaria. Temo que, acorralados por la falta de opciones, terminemos normalizando la enfermedad y la muerte por el virus. Realistamente, no parece haber otro escenario por el momento, así que necesitamos más que nunca a figuras capaces de ofrecer críticas genuinamente constructivas y consejos alejados de las charlatanerías. Intentar bajarse a quienes lo son es tan peligroso como el virus.