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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

La dinámica de la política, para algunos politólogos, está en manos de los perdedores, pues son ellos los que deciden si van a aceptar el gobierno de los ganadores. En primer lugar, la aceptación de los resultados depende de la legitimidad percibida del proceso. Si los perdedores creen que les han "robado" una elección, es más probable que disputen la legitimidad del gobernante electo. Esto, sin duda, es más frecuente cuando los resultados son apretados, pues el candidato perdedor tiene más razones para pensar en cualquier motivo que le pueda haber disminuido votos.

Estas situaciones llevan generalmente a revueltas populares poselectorales. Un ejemplo fueron las elecciones en México de 2006, en las que el candidato perdedor López Obrador alegó fraude y llamó a una resistencia civil pacífica, congregando a millones de personas en el Zócalo de Ciudad de México.

En nuestro país, la candidata perdedora y su equipo no reconocen plenamente los resultados electorales. No ha llamado a sus partidarios a las calles, porque tiene otra vía, desde dentro mismo del sistema, a través del Congreso. A pesar de colaborar en varios aspectos con el gobierno, los episodios de confrontación, por la continuidad de ministros, por ejemplo, han sido bulliciosos y han minado el margen de maniobra del equipo del Ejecutivo. La situación general es de inestabilidad.

Ahora se plantea un nuevo diálogo entre las partes. La segunda vuelta no fue suficiente para darle legitimidad al presidente. En el primer diálogo no fueron capaces de ponerse de acuerdo. Este nuevo encuentro sería un mecanismo para resolver diferencias y enfrentar la situación económica y política. Es decir, es como una nueva elección a puerta cerrada. Es como una tercera vuelta sin electores. El asunto es que quizá los problemas no acaben hasta que la perdedora sienta que es la ganadora.