(GEC)
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La vida del antropólogo Lurgio Gavilán (Ayacucho, 1977) parece sacada de una novela. Sendero Luminoso lo reclutó de niño, pero a los 12 años fue capturado por una patrulla militar. Cuando iba a ser fusilado, el teniente al mando le perdonó la vida. Luego, vivió en un cuartel de Huamanga y fue enviado a la escuela por este soldado que lo trató como a un hijo. Ya de joven se enroló en el Ejército; años después se hizo sacerdote franciscano y, finalmente, dejó los hábitos para seguir estudios universitarios. La historia, sintetizada así, resulta fascinante; sin embargo, estuvo marcada por el dolor. Cuando en 2012 publicó Memorias de un soldado desconocido, conocimos su testimonio sobre estos avatares que tuvieron como detonante el inicio de la insania subversiva y la contraofensiva militar.

En Carta al teniente Shogún, Gavilán se detiene en aquel momento de la emboscada militar donde da por hecho que morirá. Estamos ante una epístola dirigida a un militar, cuya identidad ignora a pesar del trato familiar que recibió. Asistimos a un testimonio emotivo, de hondo lirismo y con una mirada reflexiva sobre la vida. Si el anterior libro era una crónica, aquí somos los destinatarios de una misiva que acaso nunca leerá este soldado que se fue sin despedirse y sin dejar rastros sobre su verdadera identidad. “¿Por qué no me mataste?” es la pregunta que atraviesa las más de cien páginas de ese testimonio, cargado de gratitud e incertidumbre. En las demás interrogantes, el autor reclama una explicación sobre este periodo sangriento de la historia peruana, cuyas víctimas no solo fueron los caídos, sino los que viven y quedaron marcados por el recuerdo de aquellos años.

Libros como este resultan mucho más iluminadores que las frías estadísticas que señalan a vencedores y vencidos. Además, nos revela que la escritura es también un acto catártico, reflexivo y esperanzador. Estamos ante la historia de un sobreviviente que ahora batalla contra sus recuerdos. Hoy en día casi nadie escribe cartas; será por eso que Carta al teniente Shogún tiene la potencia y complicidad de un género que ha caído en el olvido, pero que resulta empático y pertinente para revisar nuestra historia reciente.

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