Tamar Arimborgo hizo polémica intervención. (USI)
Tamar Arimborgo hizo polémica intervención. (USI)

Tamar Arimborgo llegó al Congreso por Loreto gracias al arrastre de Fuerza Popular. Recibió cerca de 7 mil votos menos que un candidato de otro partido que se quedó sin escaño, beneficiada por la fórmula que le dio una inmerecida mayoría al fujimorismo.

Arimborgo es una pastora misionera evangélica que se presenta como abogada y educadora, pero es más conocida por sus intervenciones alucinadas. Pocos se acuerdan, pero su salto a la palestra llegó con la frase “yo me pregunto ¿existen crímenes de amor? Porque si hay crímenes de odio, tal vez hay crímenes de amor también”, intentando matizar la gravedad de los feminicidios que abundan en el Perú.

Luego de ese resbalón pasó un tiempo desaparecida. Tampoco es que tenga mucho que aportar. Pero ya está de vuelta. Su nuevo proyecto de ley que busca eliminar el enfoque de género de las políticas públicas porque, entre otras razones, causa efectos negativos “como el sida y el cáncer”, es lo más ridículo que se ha presentado en tiempos de tristeza legislativa.

No dedicaría una línea a este personaje si no fuese porque sus comentarios son un riesgo para todos. No solo le hace daño al Congreso, sino que afecta monumentalmente al sistema educativo y a los jóvenes que podrían tener la mala suerte de escucharla. ¿Qué lección habrá dejado a quienes alguna vez se cruzaron con ella en su rol como educadora?

La congresista Arimborgo es una propagandista de la mentira. Manipula la información y hace pasar sus alucinaciones como verdades científicas, poniendo en riesgo a generaciones enteras, quienes luego no saben tener sexo de forma segura, que tildan de enfermo a un homosexual o les parece normal agarrar a palazos a una mujer. Arimborgo es una enemiga pública de la verdad, la educación y la salud. No da risa, da rabia.

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