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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

"Allí donde hay perseguidos por su raza, religión o ideas políticas, ese lugar debe –en ese momento– ser el centro del universo", dice Elie Wiesel.

La semana pasada falleció Wiesel, el hombre galardonado con el Premio Nobel de la Paz, en 1986, por sus aportes a la difusión y exigencia de actuar contra genocidios y masacres en diversos rincones del planeta. Wiesel comprendía muy bien la necesidad de dar testimonio sobre grandes catástrofes provocadas por el ser humano ya que fue sobreviviente de los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald en el nazismo.

Su vida y su obra pueden conocerse por la lectura de sus libros y más superficialmente por Internet, pero si algo obsesionaba a Wiesel era el problema de la indiferencia, tema del cual habló en varios auditorios del mundo, incluyendo Venezuela, en donde lo escuché, cuando nadie sospechaba que en un país tan generoso surgiría un régimen con tentación totalitaria como aquellos que provocan situaciones de odio y discriminación a quienes no son sumisos a su pensamiento único.

En su ensayo "Los peligros de la indiferencia", Wiesel nos alertó de que esta es amiga del enemigo: "El prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar, se sienten abandonados, no por la respuesta a su súplica, no por el alivio de su soledad sino porque no ofrecerles una chispa de esperanza es como exiliarlos de la memoria humana. Y al negarles su humanidad traicionamos nuestra propia humanidad. Indiferencia, entonces, no es solo un pecado, es un castigo. Y es una de las más importantes lecciones de la amplia gama de experimentos del bien y el mal del siglo pasado". No debemos ser indiferentes al legado de Elie Wiesel.