Argentina e Israel, cuando la pelota se mancha. (AFP)
Argentina e Israel, cuando la pelota se mancha. (AFP)

Dudo que los dirigentes argentinos que pactaron el partido de fútbol con Israel (por sumas económicas muy jugosas) conozcan o les interese lo que viene sucediendo en Palestina. De ahí que es muy probable que la suspensión del match se deba al ambiente creado (fuentes israelíes llegaron a hablar de “terrorismo futbolístico”), riesgo que la selección argentina no estaba dispuesta a asumir solo por cumplir un contrato.

No obstante, más allá de lo que significa un enfrentamiento deportivo a nivel de selecciones, también estaban en juego intereses políticos que en la actualidad resultan muy importantes para Israel y Palestina.

El gobierno israelí ha emprendido una activa campaña para lograr el reconocimiento de Jerusalén como capital de dicho país. El traslado de varias embajadas de Tel Aviv a Jerusalén, entre ellas la de EE.UU., motivó hace pocas semanas una gran crítica internacional. Un partido de fútbol en Jerusalén, con la participación de futbolistas que generan la atención del mundo, podía servir para visibilizar esta nueva realidad.

La importancia de este juego era de tal magnitud que, incluso, el jefe de gobierno israelí, Benjamín Netanyahu, se comunicó con el presidente argentino, Mauricio Macri, para evitar que se cancele el partido.

Inicialmente, el encuentro iba a realizarse en la ciudad de Haifa, pero se terminó cambiando a Jerusalén (ciudad reclamada también por los palestinos como su capital) y vinculándolo con las celebraciones por el aniversario 70 de la creación del Estado de Israel. Demasiado contenido político.

El resultado final dio por ganador a Palestina, frente a un Israel que no pudo imponer, en esta ocasión, su mayor poderío. Una pena por los hinchas que solo querían ver un partido de fútbol y terminaron viendo un penoso espectáculo político.

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