(GEC)
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De todas las autoridades peruanas en funciones, visiblemente el más inoperante y perjudicial ha sido Elmer Cáceres Llica, el gobernador oscilante de Arequipa. Desde que el virus aterrizó en el Jorge Chávez e inició su viaje al sur del país, Cáceres Llica se ha dedicado públicamente y consistentemente a estorbar y llevar por el camino equivocado a los pocos que lo toman en serio.

Ha hecho recomendaciones peligrosas y alucinadas para enfrentar el COVID-19, como consumir dióxido de cloro, una suerte de lejía cara. Al ser básicamente lejía diluida existen múltiples riesgos asociados a su consumo. También recomendó comer carne de alpaca y llama, muy sabrosas pero que no tienen ninguna propiedad contra el virus de marras. Antes anunció una vacuna local. La buena noticia es que gracias a razones que nada tienen que ver con él, en Arequipa la tendencia de contagios va a la baja, pero sus disparates igual ponen en juego la vida de los arequipeños cuando el riesgo sigue aún latente.

Cáceres llegó al poder arequipeño gracias a una elección con demasiados malos candidatos y encumbrado por el voto blanco y viciado, con tres denuncias de agresión sexual en las espaldas. Su segundo apellido suena a “llika”, que significa tela de araña en quechua, una premonición de lo que ha terminado siendo su gestión: una trampa. Como dice el periodista arequipeño Jorge Turpo Riva, que acaba de publicar Mr. Manan, un libro en el que perfila a Elmer Cáceres, “se trata de un personaje que le fluye la mentira como un manantial”.

Ante la incapacidad y mitomanía del gobernador Cáceres, el Ejecutivo debería mantener la intervención del sistema sanitario de su gobierno regional. La mediación es temporal, mientras dure la emergencia, y con un solo objetivo: gestionar mejor la respuesta al COVID-19.

Luego, ojalá los arequipeños saquen a Cáceres del cargo. No merecen una autoridad así.