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Redacción PERÚ21

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En la década de 1870, las dos hijas del mariscal Nieto, Beatriz y Fortunata, se apersonaron a la Biblioteca Nacional del Perú con el objetivo de entregarle las cartas personales y documentos de su padre, para que estuvieran en un lugar seguro y de fácil acceso al público. La muerte del hermano mayor, Domingo Nieto Solís, al lado de José Gálvez, en el Torreón de la Merced, junto con la enfermedad de Leonidas, el menor, las hizo reflexionar en torno al legado documental de quien fuera presidente provisorio del Perú (1843-1844). Creían que el Archivo Nieto –compuesto por cientos de cartas y documentos– no debía quedar en manos de la familia, sino, más bien, del ente cultural más importante de la república, a la cual su padre sirvió con lealtad a lo largo de su vida.

En el 2002, mientras investigaba en el Archivo Nacional de Chile, me encontré con el donativo que las hijas del mariscal Nieto le hicieron a la Biblioteca Nacional. Este material invalorable para la historia del Perú republicano forma parte de la Colección Benjamín Vicuña Mackenna, que fue vendida al Estado Chileno luego de su muerte por su viuda, Magdalena Subercasseaux. Ante esto, la pregunta que cabe hacerse es: ¿cómo llegó ese impresionante material bibliográfico perteneciente al Perú a Chile?

La historia empieza en 1881, cuando Lima fue ocupada y la Biblioteca Nacional convertida en cuartel del ejército chileno. Mi hipótesis inicial era que el Archivo Nieto fue extraído del Palacio de Gobierno, donde se guardaba importante material clasificado que, como bien sabemos, fue saqueado por los pupilos del general Baquedano. Sin embargo, al enterarme por boca del último descendiente directo del mariscal, Carlos de Abreu, sobre la donación que hizo la familia a la Biblioteca, ahora me queda claro que los centenares de cartas y de documentos del primer comandante de los Húsares fueron parte del botín de guerra cuyo destino final fue Santiago de Chile.

La próxima pregunta que es preciso contestar es: ¿por qué el Archivo Nieto se encuentra en el archivo privado de uno de los más renombrados políticos e intelectuales chilenos? Para contestarla, es necesario tomar en cuenta la información que he logrado recabar leyendo la correspondencia privada de Benjamín Vicuña Mackenna. El 19 de febrero de 1881, a un mes de la ocupación de Lima, Narciso Castañeda, allegado de Vicuña y miembro del Batallón Victoria, le envió una carta para ponerlo al tanto de un hecho importante: había logrado sacar "importantes documentos" que se conservaban en el escritorio del antiguo subsecretario de Guerra del Perú. En la misiva, Castañeda prometía "otra sacada" para más adelante, pues "el bulto" era tan grande que parecía más sensato extraerlo por etapas. El miliciano y otrora asistente privado de Vicuña consideraba que este "robo" de documentos de la oficina gubernamental peruana y de otras dependencias era un acto "honroso", pues las piezas servirían para fines históricos. Esta "misión historiográfica" de Castañeda se justificaba por la idea de que, de otro modo, tales documentos iban a terminar perdidos en papeleras donde los oficiales chilenos "rebuscaban" por objetos de valor. "¡Si me hubieran comisionado para sacar documentos históricos", se lamentaba el capitán del Batallón Victoria, "¡qué cosecha habría hecho!".

Esta "sacada" de documentos fue uno de los tantos episodios que definieron la participación de Castañeda en esta cruzada coleccionista que Vicuña Mackenna lideraba desde Santiago. Sobre la base de lo que debió ser un tácito compromiso, el capitán ya había escrito a su antiguo jefe en noviembre de 1880 para informarle del envío de "un diario de guerra perteneciente a un boliviano llamado Pablo Pacheco". El texto había sido hallado "entre unos papeles que se habían salvado de una casa" en Iquique. Los documentos encontrados en aquel domicilio por los expedicionarios habían sido finalmente trasladados a un depósito, de donde el militar rescató el diario, advirtiendo su utilidad para la investigación que llevaba adelante Vicuña. Castañeda puso también énfasis en el envío de El monitor rebelde Huáscar y sus incidentes conforme a la autoridad de la ciencia, de la ley y de la jurisprudencia internacional, un libro de 350 páginas sustraído del mismo depósito, de "magnífica impresión". La pieza fue enviada a Chile por barco de acuerdo a las específicas instrucciones de Vicuña.

Las maniobras de Narciso Castañeda, el mismo que confesaba sin dobleces los detalles de su "robo honroso", resultaron claves para el acopio de documentos peruanos por parte del coleccionista chileno. Incluso Mauricio Cristi, el primer catalogador del Archivo Vicuña Mackenna, dejó registro de las maniobras del político en una nota al volumen donde se encuentran diversos documentos oficiales peruanos: "Legajo de 143 telegramas sobre los últimos hechos de la guerra encontrados en el Ministerio de Guerra por Narciso Castañeda". En esas sucesivas "sacadas" verificadas por el capitán del Victoria, del cual tengo un recuento pormenorizado, llegó a manos de Vicuña Mackenna la correspondencia completa del mariscal de Agua Santa, como la de otros presidentes del Perú.

En cierto sentido, la sustracción de documentos gubernamentales peruanos puede entenderse bajo una lógica de seguridad nacional, pero lo que resulta difícil de comprender es que un coleccionista particular de Santiago terminase acopiando en su propio archivo documentos pertenecientes a un presidente del Perú. Y el nudo se vuelve aún más complicado al advertir que una buena parte de las piezas sustraídas durante los años de la ocupación tuvieron poco o nada que ver con los pormenores del conflicto, cuya narración, hasta donde sabemos, era la principal justificación para los esfuerzos depredadores de Castañeda. Es difícil explicar, entonces, que en dicha colección repose, por ejemplo, el expediente completo del asesinato del presidente José Balta, documentos del Colegio Guadalupe o de las prefecturas del Perú. Solo el trastorno de una guerra, los pormenores de una violenta ocupación militar y la enfermiza obsesión de un coleccionista parecen explicar este escandaloso tránsito de patrimonio histórico peruano a una colección particular en Chile.

La publicación de La Guerra Maldita: Domingo Nieto y su correspondencia, 1834-1844, que consiste en una recopilación anotada de las centenares de cartas y documentos de Domingo Nieto que aún se encuentran en Chile, deber ser el punto de partida de la repatriación de un fondo documental que le pertenece al Perú. El esfuerzo conjunto del Ministerio de Cultura, la Biblioteca Nacional del Perú y la Dirección Desconcentrada de Cultura del Cusco ha permitido que una importante parte de nuestra memoria histórica sea repatriada, al menos de manera simbólica, y que, además, se ponga en agenda la devolución de los libros y documentos que ciudadanos chilenos, como fue el caso de Benjamín Vicuña Mackenna, extrajeron durante la ocupación. Si Perú y Chile quieren construir juntos un futuro de integración, es necesario resolver primero, de cara al bicentenario, los rezagos de un pasado duro y complejo.