Árbitro, qué malo que eres. (Getty)
Árbitro, qué malo que eres. (Getty)

El 27 de diciembre de 2001, Hernán Casciari vio campeonar a Racing por primera vez a sus 30 años. Fue en la TV de un bar en Barcelona. Solo él y su Cristina, sin que nadie más celebrara al fin del partido. Se sintió tan lejos de Buenos Aires, tan fuera de lugar, tan off side, que llamaría Orsai a esa revista notable que editaría tiempo después. Lo que más valoraba Hernán era conversar de fútbol con Ricardo, su padre. Por eso, antes de que muriese lo invitó al Camp Nou a ver al Barza. Nadie empuja. Nadie roba mi billetera. No hay ningún gordo con novia de culo desproporcionado. No hay lluvia de papelitos. Está todo muy aburrido, dijo. Los de la platea alta ni siquiera nos orinan.

En verdad, un partido en Europa es un mundo de decencia. La FIFA ha erradicado los cánticos racistas y homofóbicos. Se celebra la diversidad y el juego limpio y, para recordarlo, los jugadores salen de la mano con niños y niñas. Hay tanta consideración que si metes muchos goles no se celebra porque sería burla al rival. A la autoridad se le respeta. Lo más grosero en contra es árbitro, qué malo que eres, sin mentadas de madre. Se trata de un cambio profundo porque, hasta hace poco, los hinchas europeos eran salvajemente violentos. Hooligans los llamaban.

Pero hubo más. La FIFA era esencialmente corrupta. Los derechos exclusivos de transmisión por radio y TV y los contratos de publicidad no se concedían por licitación sino por soborno. Los ingresos millonarios de esos contratos se dilapidaban sin control ni auditoría y sus migajas se entregaban a las federaciones asociadas para comprar el voto de los delegados. De ese modo, los jerarcas se eternizaban en el poder. Se empezó a corregir en 2015 cuando el FBI denunció los crímenes. Muchos de los dirigentes ya están condenados y en cárcel.

Si la FIFA dejó de ser una organización criminal para resucitar como promotora del deporte. Si pese a estar infestada de corrupción supo elegir nuevos dirigentes responsables. Si su pasado criminal no la ha paralizado para liderar cambios de conductas. Si, gracias a todo, sus mundiales son más negocio que nunca. Si los himnos ajenos ya no se silban. Si el fútbol de élite empieza también a ser mujer. ¿Por qué nosotros, como Estado y como sociedad, no podemos lograr lo mismo? La justicia fue clave al ser enérgica y veloz. El compromiso y lucidez de sus nuevos dirigentes explica mucho. Pero toda esa revolución ha sido posible porque cada quien que va a un estadio aporta lo suyo. El cambio profundo empezó por uno mismo.

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