Apanao

Entre los invitados están Helen Fielding, escritora de El diario de Birdget Jones; el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa y el escritor indo-británico Salman Rushdie. (Difusión)

Esta columna no es políticamente correcta. Cada vez hay más gente que prefiere decir que el emperador viste cuello y corbata cuando está claro que anda calato. Hemos llegado a extremos ridículos, casi peligrosos. Ejemplos abundan. Casi todos tienen que ver con que al otro no se le puede decir nada, aunque sea con respeto y educación, porque la disidencia no está de moda. A usted, amable lector, ¿ya le tocó el chiquito que le patea el respaldo del asiento del avión durante todo el vuelo? ¿Y vio la reacción de su progenitor si le pide que porfa haga algo? Mismo energúmeno #ConMisHijosNoTeMetas. ¿Y si comenta así de pasadita que le da asco la cecina, que en realidad no le gusta nada pero nada la comida amazónica? Enseguida lo tildan de antiperuano, aunque allí nomás jure que comerse un apanado con tacu tacu es irse directamente al cielo.

En noviembre pasado fui al Hay Festival de Arequipa. Iba encantada de reencontrarme con la alegre campiña arequipeña que dicho sea ya no existe. Aterrizar en Arequipa es como aterrizar en Amman. Desierto y cemento por todos lados. La ciudad se vació de árboles y se llenó de taxis. El centro es una cacofonía de salsa y reggaetón bajo un sol abrasador con olor a pichi. No quiero ni imaginar el tamaño del hueco en el ozono.

La estrella del festival era Mario Vargas Llosa. El día de su exposición, una impaciente aglomeración –entre señoras reclamando ¡yo soy amiga de Mario!– se daba de codazos por entrar al Municipal. Decidí obviar. Esa tarde se presentaba Helen Fielding –para los cinéfilos, la creadora de Bridget Jones– en un conversatorio con una periodista inglesa. Fui y llegué temprano. Me instalé sola en la primera fila al extremo opuesto de Salman Rushdie y su novia. La conversación fue divertida con mucho humor inglés. Mi mirada y la de Fielding se cruzaron varias veces. Terminado el conversatorio empezaron las preguntas. Pedí micro y con mi mejor acento british (me esforcé) le pregunté cómo veía a su heroína, gordita, trasgresora, torpe, sin miedo al ridículo, que se acuesta con el novio sin quitarse la faja frente a nosotras fans del botox, persiguiendo el cuerpo perfecto, producto de la cultura machista y del qué dirán. Contestada mi pregunta, varias mujeres –el Municipal se había ido llenando– pidieron micro y me hicieron un apanao de película. “Se ve que la señora en primera fila es extranjera y no sabe nada del Perú”. La Fielding zanjó diciendo que en lo personal era un alivio saber que en el Perú no quedaban mujeres oprimidas.
Yo no me volteaba ni a palos.

Al día siguiente conocí a la encantadora embajadora del Reino Unido. Le conté mi experiencia del Municipal. “¿Era usted la que hizo la pregunta?”, me dijo divertida, “¡anoche Helen se preguntaba quién sería. Estaba sorprendida por cómo le cayeron encima!”.

Apanado y apanao no es lo mismo, ni se come igual.

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