Si me pregunta cómo aliviar el colapso político en que andamos, le propondría más derecho, pero del moderno. Se lo explico. La imagen tradicional es la del abogado que busca para su cliente lo más que puede. Es lo que hace un defensor en los tribunales. Sin embargo, el mundo de los negocios genera abogados de otro tipo. En las transacciones comerciales, los intereses se ponen sobre la mesa: yo quiero vender y tú quieres comprar. Pareciera que, según sea el precio, una parte ganará a costa de la otra. Pero no es así, en los negocios se busca un punto común, en el que las dos partes salgan contentas. Eso se explica porque las empresas no buscan maximizar utilidades en el corto plazo, sino sostenerlas en el tiempo. Por eso, la empresa construye confianza con clientes y proveedores, para que le sean fieles, para que continúen haciendo negocios con ella. Esa fama de buen cumplidor y de buen pagador abre muchas puertas para nuevos negocios. Los abogados que las empresas requieren, entonces, son aquellos que identifican intereses, que los entienden y que los negocian para encontrar el punto común en el que se pueden cumplir.

No es fácil, porque, además de las habilidades para esas tareas, el derecho incorpora dos reglas de oro. La primera es que los contratos se interpretan conforme a la buena fe y a la común intención de las partes. Los estudiantes siempre se entrampan en esta regla. ¿Cómo probar esa común intención? Lo más seguro es regular que lo que no está escrito no vale. Pero el contrato es lo que acordaron las partes, incluso cuando lo que se escribió fuese algo distinto. Entonces, cobra importancia el respeto por la palabra contra el texto del contrato que nos concede ventaja. La otra regla es más valiosa aún: la ley no ampara el abuso del derecho. De la que surgen otras: como la que nadie puede enriquecerse indebidamente a expensas de otro; o que el error no genera obligaciones; y tantas más. No son reglas fáciles porque no son objetivas. Pero ser subjetivas no las convierte en arbitrarias. Por lo contrario, dotan al derecho de una dimensión ética enorme. Mire usted: el respeto a la palabra empeñada, el no abusar en una posición, el no enriquecerse indebidamente, el buscar los puntos donde los intereses de todos se cumplen son la ética que aporta el Derecho para la eficacia y seguridad en los negocios.

Creo que, si hubiésemos aplicado estas reglas a la política, no andaríamos como andamos. Veamos. El punto de partida es reconocer que el Estado no ha funcionado. Culpa de muchos, pero no ha funcionado. No ha sido una tragedia para nosotros. Si no había vacunas, nos íbamos fuera y allá nos la ponían. Si no había colegios, a los chicos los poníamos en uno particular. Si no había seguridad, contratábamos a nuestros propios guachimanes. Pero millones de peruanos no tuvieron esas posibilidades. Esa desigualdad por falta de Estado generó frustraciones que se fueron acumulando, hasta que han estallado ahora con cólera. Por eso haremos mal si asumimos que la causa de la violencia la tienen los criminales que apedrean a los policías, bloquean carreteras, incendian y destrozan. Ellos la promueven y se aprovechan de ella. Pero, para miles de peruanos, esa violencia ha sido la manera de reclamar por sus intereses. El siguiente punto de análisis es que esos miles que protestan representan a millones que han sufrido lo mismo y que, a estas alturas, ya son mayoría. Pues bien, ya están los intereses sobre la mesa. Como en los negocios, hay que entenderlos y generar confianza para encontrar el punto común en el que se puedan cumplir. No se olvide de agregar la dosis de ética necesaria.

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