Se ha repetido tantas veces que las provincias del Perú están olvidadas que se ha convertido en una frase vacía, sin un verdadero significado. El problema no es que estén “olvidadas”, sino la percepción de “desarrollo” que tienen los políticos en Lima e incluso en esas regiones sobre cómo deberían ser las ciudades fuera de la capital.
Los alcaldes provinciales, incluso más que los distritales, han convertido sus respectivas municipalidades en feudos. En estas tierras, contratan a sus allegados en cargos administrativos, a personas sin ningún mérito ni preparación para ocupar el puesto.
Aunque un funcionario parece no hacer la diferencia, este puede ser quien firme licencias para el funcionamiento de comercios en zonas no adecuadas o, peor aún, que entregue títulos de propiedad en zonas no planificadas y riesgosas como torrenteras.
El verdadero problema del centralismo es que ha acostumbrado a las autoridades limeñas e incluso regionales a percibir las regiones y provincias como eternos ‘pueblitos’, en los que solo se necesita una pista angosta, sin sistema de transporte de calidad ni infraestructura moderna. ¿Por qué no se habla de construir un metro en Arequipa, cuyo tráfico ha hecho colapsar la ciudad?, ¿por qué no se plantea la construcción de autopistas en las regiones del norte, donde su geografía plana permite una conectividad fácil?
Lo único que se escucha de ministros cuando hablan de regiones es anunciar nuevas carreteras, en vez de autopistas, o de proyectos mineros y agrícolas. Para todo lo demás, se ha dejado a las regiones a merced de gobernadores y alcaldes inexpertos y sin conocimientos técnicos sobre el desarrollo urbanístico.
Se requiere reformular todo el organigrama de poder regional. El desinterés o, mejor dicho, la costumbre de políticos de ver a las regiones como pueblitos pintorescos en vez de metrópolis está condenando a las provincias a vivir en un eterno subdesarrollo, sin transporte público ni autopistas y con un crecimiento urbanístico sin planificación.