No más gollerías. No podrá tener reuniones políticas en penal. (MarioZapata/Perú21)
No más gollerías. No podrá tener reuniones políticas en penal. (MarioZapata/Perú21)

Jair Bolsonaro, considerado un fascista por muchos analistas peruanos, ganó las elecciones presidenciales en Brasil el domingo pasado. Aquellos analistas temen que, con la victoria de Bolsonaro, en el Perú pueda surgir un extremista que capitalice los votos que perdió el fujimorismo. Sin embargo, ese extremista surgió hace varios años y estará pronto en libertad.

Antauro Humala, quien encabezó el Andahuaylazo, en el que se asesinó a cuatro policías, anunció su candidatura presidencial desde la prisión. Humala se ha autodefinido como etnocacerista, una ideología muy cercana a la comunista en la que se estatiza la industria y se habla sobre la supremacía de, según sus palabras, la “raza cobriza”. Aquella ideología es una amenaza para la economía y toda la sociedad porque pretende eliminar la libertad que tienen los ciudadanos de emprender y comerciar. Y lo más preocupante es que se hable de razas superiores en pleno siglo XXI, cuando la ciencia ha determinado que la raza humana es una y las diferencias son culturales y no biológicas. En breves palabras, el Perú está presenciando el surgimiento del fascismo: un Estado que se adueña de la industria e impone la supremacía de una raza.

Desde la postulación de Bolsonaro se lo consideró de extrema derecha y fascista, aun cuando este no propone un mercado intervenido por el Estado. Sin embargo, sí representa un riesgo para las libertades civiles de los brasileños. Asimismo, es una lástima que, con la misma dureza que se critica a Bolsonaro, no se criticó a Chávez durante 15 años en el poder. Pero, ahora, tenemos la oportunidad de evitar que el fascismo ascienda en el Perú. Los demócratas deben condenar los autoritarismos de derecha e izquierda, porque la libertad es un derecho y no se puede aceptar a medias.