(Foto: archivo Andina)
(Foto: archivo Andina)

Los latinos y, particularmente, los peruanos tenemos la terca costumbre de hacer todo a último momento. Este defecto nunca es tan evidente y dañino como en los últimos meses de un año electoral.

Las autoridades locales, en todo el territorio nacional, son consistentemente inconsistentes para hacer obra pública y siempre terminar haciendo todo a la carrera. Nuestras ciudades, que son improvisadas por naturaleza, y que se ralentizan con el más mínimo accidente, un carro averiado o cierre de vía, colapsan por completo ante la orquesta caótica de múltiples alcaldes rompiendo al unísono avenidas, calles y veredas.

Esta forma de gestión pública nos convierte a todos en justificados malpensados, pues tiene el tufillo a incapacidad, improvisación y corrupción también. Ya estamos acostumbrados a aceptar con resignación este modus operandi, pero esta vez la ineficiencia arde un poco más, sobre todo en Arequipa.

Luego de su última edición en 2019, vuelve el Perumin a la Ciudad Blanca, una de las convenciones mineras más grandes del mundo. Su impacto económico es innegable y, con el paso de los años, muchos emprendedores y negocios pequeños han aprendido a sacarle el jugo. Después de casi tres años de pandemia, es difícil exagerar la importancia que tiene este evento para miles de familias characatas. Según expertos, se espera que genere más de S/80 millones de movimiento económico, en un contexto donde aún estamos recuperando los niveles de turismo prepandémico.

Por eso es tan frustrante que la ciudad se vea envuelta en obras apresuradas mientras, a la vuelta de la esquina, están 50 mil visitantes que esperan disfrutar al máximo lo que Arequipa tiene para ofrecer.

Ojalá que prime la cordura y que se tomen medidas para remediar nuestra terca insistencia en hacer todo a último minuto.

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