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Redacción PERÚ21

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Jaime Bayly,Un hombre en la lunahttps://goo.gl/jeHNR

No sé si me ama pero me hace sentir una mujer como nunca nadie me hizo sentir. Me devora en la cama, me pone así y asá y me cabalga como jinete experto. Por eso me enamoré de él, por eso dejé a mi anterior marido. Era un flaquito esmirriado de nombre Osvaldo que nunca me supo coger bien. Nos queríamos pero no había fuego en la cama, por eso lo dejé. Era muy apático, muy poca cosa. Siempre tenía cólicos, gases, gastritis, siempre le dolía la pancita y no tenía ganas de subirse encima mío y darme lo que merezco. Y yo venía de otro fracaso matrimonial y sentía que no merecía ese trato tan apático, tan desganado. Yo soy reprimida por mi formación católica y aparento ser una dama pero en la cama me sale la yegua de carrera que llevo adentro y me vuelvo loca y me gusta que me posean sin muchas delicadezas. Mi primer marido era así, un poquito delicado. Me quería, me hacía el amor con mucha ternura, y luego cuando terminaba hacía unos ruiditos ahogados, un poquito afectados, como si algo le doliera, y al rato se ponía a llorar y yo le preguntaba por qué lloras, Sandro (porque él se llamaba así en honor al ídolo de la canción) y me decía porque te amo, gordita, pero creo que tengo un hueco. ¿Un hueco, dónde tienes un hueco, mi amor?, le preguntaba yo, desolada, hecha un nudo. Y él me decía tengo un hueco en el alma, necesito hacer el amor con un hombre. Y para mí era el fin del mundo, el diluvio, trágame tierra. Mi marido me quería, pero más quería estar con un hombre. Qué matrimonio tan sufrido tuvimos, cuánto sufrimos los dos, cuántas veces Sandro me amó y luego se fue a llorar al baño pensando en su amigo del colegio con el que había hecho unas cositas que no olvidaba. Sandro dice que su amigo lo obligó, que a él no le gustó, pero yo ya estoy muy vieja para creerme esos cuentos, para mí está clarito que Sandro tiraba para la mariconada desde chico y yo no supe darme cuenta a tiempo y lo veía tan educadito, tan refinadito, tan perfectito que me enamoré hasta los huesos, sin darme cuenta de que todo lo que me gustaba de él, su increíble delicadeza, era lo que al final terminaría apartándome de él, porque ya de tan delicado no quería ni tocarme y cuando me veía calata ponía un gesto agrio, avinagrado, y yo a veces me despertaba de noche y lo veía haciéndose una pajita y tocándose el popó y pensaba en qué estaba pensando cuando me casé con este señorito afeminado y atormentado. Pobre Sandro, cuánto sufrió por mí. Tuve que dejarlo porque él era tan delicado que no se atrevía a salir del clóset y aceptar su condición de homo. Lo hice por mi bien y por su bien y porque ya entonces le sacaba la vuelta con el flaquito Osvaldo que conocí en la peluquería del club Villa. El flaquito era mi peluquero, me hacía las uñas, era argentino, y si bien parecía algo estrafalario, conmigo fue siempre muy machito, por lo menos en la primera parte de nuestro matrimonio, después ya no sé, le vino la apatía, el desgano, él decía que era porque tenía gases, cólicos, gastritis, pero yo le decía que la mujer de la casa era yo y que la regla me tenía que venir a mí, no a él. A todo esto, mi primer ex marido, Sandro, se dedicó a la bebida y lo perdió todo por el vicio del alcohol y terminó en la calle, literalmente en la calle, sin trabajo ni oficio conocido y con una sed insaciable de cualquier bebida espirituosa. Tan arruinado terminó que una tarde, cuando mi madre vivía, fue a visitar a mi viejita y le lloró desgracias y le dijo que yo le había sacado la vuelta con el peluquero argentino, lo que era verdad, y mi mami, una santa, se compadeció de Sandro, le sirvió un trago y otro más, y terminaron rezando el rosario en latín y al día siguiente, tan dadivosa, le compró una casita a dos cuadras de su casa, en el barrio de la huaca de Miraflores. Qué corazón tan noble el de mi viejita, que en paz descanse, que le regaló un chalé a mi ex marido y lo salvó de la ruina alcohólica. Con mi segundo marido supe ser feliz, no me quejo, quién diría que iba a terminar enamorándome y casándome con un peluquero argentino que había llegado sin un centavo a Lima. Fuimos felices los primeros años, después le vinieron los problemas estomacales, el mal aliento, la apatía, el cansancio, los picos de estrés, la presión alta, la fobia al trabajo. Se me fue enfermando mi marido argentino, se volvió vago y quejumbroso, se pasaba todo el día en la casa que compré en Villa cuando murió mi mami y ya no quería trabajar, decía que le dolía mucho la barriga, que tenía gases. Yo no sé qué comía el pobre pero siempre era un manojo de gases, un atado de gases, se retorcía de dolor porque no le salían los gases. Debían de ser los chinchulines o los chorizos que se empujaba. Pobre mi segundo marido, qué será de él, me dicen que está vegetando en la casa de Villa que le regalé cuando lo dejé. Yo soy una mujer práctica: si no encuentro en mi casa el mantenimiento que necesito y merezco, salgo a buscarlo a la calle y lo encuentro donde sea, como sea. Así conocí a mi actual marido, el gran amor de mi vida, Silvio, que ha sabido darme toda la felicidad que Sandro y Osvaldo no supieron procurarme. A Silvio lo conocí en el Regatas, era profesor de natación. Yo sabía nadar pero cuando lo vi en ropa de baño a este muchachito tan lindo quedé tan impresionada que le dije que no sabía nadar porque había nacido en Cochabamba y simulé que era boliviana y no sabía nadar y lo contraté para que me diera clases en la piscina del Regatas y así nació nuestro amor y antes de que nos diésemos el primer beso yo me zambullía y abría los ojos y le veía el paquete abultado y pensaba este caramelo tiene que ser mío, este caramelo me lo tengo que comer yo. Porque hasta ese entonces yo pensaba que había tenido suerte en el amor, pero no, cuando por fin pude verlo a mi Silvio calato me di cuenta de lo mezquina que había sido la vida conmigo al acostumbrarme tan ajustadamente a las cositas de Sandro y Osvaldo, que entonces me parecían muy bien, correctas, tampoco exageradas claro, pero que, comparadas con Silvio, eran muy poquita cosa, unos manicitos, es increíble cómo una va cambiando con los años y se va volviendo más exigente. Pero así es el amor, todo tiene su momento y todo se termina cuando tiene que terminarse y en eso mi madre siempre me enseñó a ser generosa con los caídos, con los derrotados, con los humildes, siempre tenderles una mano protectora y darles una propina justiciera. Mi mami, que en paz descanse, predicó con el ejemplo, porque no sólo le compró un chalé a Sandro para salvarlo del alcohol (cosa que según me cuentan no logró, pero al menos ahora Sandro se emborracha en su casa propia), sino que también ayudó a mi segundo marido Osvaldo, porque cuando yo lo dejé, Osvaldo le ofreció sus servicios de manicure y pedicure a mi mami y ella lo contrató y él la visitaba todas las tardes y le hacía las uñas y le daba masajes en la espalda y los pies y mi mami se encariñó tanto que le dio un préstamo para que Osvaldo pusiera un salón de belleza en La Encantada pero luego el bandido se tiró la plata y no le pagó y mi viejita falleció y yo que soy hija única le heredé todo. Quién me hubiera dicho que a mis años, ya tía, un poco trajinada, me iba a enamorar como una chiquilla, hasta los huesos, de un hombre veinte años mi menor. Yo tengo cuarenta y ocho recién cumplidos y Silvio tiene veintiocho pero en la cama somos quinceañeros los dos y siempre estamos dispuestos y fogosos y con ganas de recuperar el tiempo perdido. No digo que el tiempo que pasé casada con mis primeros maridos fue perdido, pero la verdad, sí lo digo: fue un tiempo perdido porque uno me salió gay en el clóset y el otro me salió ocioso y por eso los dejé y terminé paseándome por la piscina del Regatas a ver si me sonreía la fortuna. Vaya que me sonrió la fortuna. Soy millonaria, no trabajo, y estoy enamorada hasta los huesos, como una perra callejera, de mi tercer y actual marido. Es todo lo que siempre soñé en un hombre: sensible pero no marica, sentimental pero no cursi, relajado pero no vago. Gracias a Dios y a mi mami por tantas fortunas y felicidades y gracias a Silvio por darme el amor que siento que merezco y la vida me había escamoteado. Y si mis ex maridos me están leyendo, les deseo larga vida y mucha salud y no les guardo ningún rencor. Pero para mí es como si estuvieran muertos y si algún día me los encuentro sé que no los veré porque serán translúcidos a mis ojos.