Gloria Montenegro promovió el programa 'Fuerza Sin Violencia' al personal oficial y suboficial del Ejército del Perú. (Foto: Andina)
Gloria Montenegro promovió el programa 'Fuerza Sin Violencia' al personal oficial y suboficial del Ejército del Perú. (Foto: Andina)

Si la estulticia fuese un deporte olímpico, el Perú seguramente se llevaría todas las medallas de los próximos Juegos Panamericanos: así de sobrados andamos de políticos que se confunden con personajes de la farándula para ganarse el aplauso fácil o la risotada de la tribuna.

Sin embargo, ocupar el tercer puesto mundial en feminicidios –según datos de la Organización Mundial de la Salud– no nos ha reportado más bronce que uno de cartón piedra en el infame mapa del machismo contemporáneo, donde no hay medallas en disputa, pero sí vidas humanas, una larga historia criminal para la que no caben ni aplausos ni risitas.

Las reacciones ante las imágenes del general del Ejército peruano Manuel Gómez de la Torre con un mandil rosado parecen sacadas de una mala telenovela, peor aún si entre los escandalizados personajes descuellan connotados miembros del Poder Legislativo. Como si el simple color de un mandil, que el general se puso para colaborar con una campaña nacional cuyo objetivo es sensibilizar a la población sobre la violencia que se ejerce contra la mujer en nuestro medio, pudiese afectar su honor o el de la institución a la que pertenece.

Porque no lo olvidemos, la campaña ‘Hombres por la Igualdad’ –que Perú21 ha respaldado desde el principio– busca poner el foco sobre un problema gravísimo: en lo que va del año, se contabilizaron hasta ayer 75 feminicidios en el país, vamos camino a romper un récord, y de los oprobiosos. Esto debe parar ya.

Hay que ser muy obtuso o muy frívolo para pensar que estos crímenes de odio son menos importantes que la supuesta intangibilidad de un atuendo al que se suele identificar con un machismo estereotipado, como el rosa del mandil. El solo hecho de vivir en una sociedad tan machista como la peruana ha convertido el gesto del general Gómez de la Torre en un acto de valor, pero de esa virilidad auténtica que se reclama para los hombres de uniforme.

Muy lejana, eso sí, de la de aquellos “machos” que lloriquean porque sus símbolos externos de majestad u hombría son tocados por un color al que, en el fondo, parecen temer.