Foto: julio Reaño / @photo.gec
Foto: julio Reaño / @photo.gec

Hace un poco más de un mes, en esta columna, sostuve que “la probabilidad de un masivo estallido social con una solución radical y autoritaria con respaldo popular es hoy mayor”. Hoy esa probabilidad no solo es mayor, sino lamentablemente una realidad.

Luego de la negligencia, apatía, corrupción y desidia de los líderes del país en los últimos años, el Perú está absolutamente entrampado en una crisis tormentosa y sostenido bajo el paraguas de una democracia decadente y frágil. Entrampados. Según la Real Academia de la Lengua, “entrampar” tiene 5 definiciones: caer en una trampa, engañar artificiosamente, enredar o confundir un asunto de modo que no se pueda aclarar o resolver, gravar o contraer deuda y meterse en un atolladero.

El Perú cayó en la trampa de la fragmentación y polarización. Divididos y encima peleados. Cada bando defiende su idea, su narrativa, su verdad. Sin escucha, ni respeto ni valoración por el otro. Sino desprecio, insulto y negación. Aunque somos megadiversos, ejercemos la meganecedad. Inflexibles y despectivos con quien toma un par de pasos lejos de nuestro pensar.

El Perú fue engañado artificiosamente de igualar crecimiento económico y reducción de la pobreza con desarrollo sostenible y generación de condiciones de vida digna para todos. Nos resistimos por años y perdimos la convicción de emprender reformas de un listado largo de brechas pendientes.

El Perú ha sido enredado y confundido sobre la verdad de los hechos de los últimos meses, convirtiendo delincuentes en héroes y culpables en víctimas. La posverdad y las fake news sobre un supuesto fraude o de un supuesto golpe contra Castillo –y no de Castillo– han debilitado significativamente la democracia.

El Perú ha contraído históricamente una deuda espiritual, emocional, social y material que no ha pagado a sus ciudadanos y ciudadanas. La promesa no cumplida es un hábito arraigado en la mayoría de la clase política. Su confianza y legitimidad han colapsado.

El Perú se metió en un atolladero repleto de combis asesinas, universidades bambas, mineras informales, taladores ilegales, mercantilistas corruptos, narcotraficantes y un gran etcétera. La institucionalidad es una excepción. La ilegalidad y la informalidad han capturado importantes sectores de la política y ganado terreno en la narrativa nacional.

¿Cómo salir del entrampamiento? Muy difícil, complejo y de larguísimo aliento. ¿Primer paso? Que cada líder y ciudadano reconozca su contribución al problema. Dejar de echar culpa al otro y asumir con valentía la responsabilidad de cada quien.