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Redacción PERÚ21

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Guillermo Giacosa,Opina.21ggiacosa@peru21.com

Los sectores más radicales festejaron la ocurrencia y todo siguió su ritmo. Hoy sabemos que EE.UU. no se mudó y que Allende murió en La Moneda para que Agustito, así le llamaba la señora de Allende a Pinochet, tomara el poder e instalara una dictadura que pocos chilenos imaginaban posible. Recordé el hecho a raíz de las palabras del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ofreciendo al mismo EE.UU. –al que Allende invitó a mudarse– una donación de US$23 millones para hacer un trabajo de formación sobre derechos humanos. Más allá de que un EE.UU. manejado por las corporaciones necesitaría mucho más que eso para reconsiderar la ética de sus conductas, no es bueno –si de alguna forma se comparte la misma jaula– elevar la temperatura de las emociones del león que la habita. Sobre todo si se trata de un león adolescente, absolutamente incapaz de formularse una autocrítica y en condiciones de inventar cualquier infundio con tal de justificar su conducta. Basta recordar las armas masivas de Saddam, el incidente del golfo de Tonkin (Vietnam) y una lista interminable que conocemos porque el mismo león se encarga de revelarla de tiempo en tiempo, como diciendo "miren de lo que soy capaz". Es verdad que sus mentes más lúcidas –encabezadas por Chomsky, Oliver Stone, Tom Hayden y una larga lista– han rogado a Correa que acepte darle asilo al exespía Snowden, pero, aun compartiendo ese pedido, creo que sería ideal utilizar esta situación para hacer pedagogía política más allá del comprensible placer que puede provocar poner al león en su sitio.