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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

En el ahora atribulado Perú está pasando desapercibido que las relaciones chileno-bolivianas están en nuevos mínimos. A la demanda boliviana ante La Haya se han sumado hechos complicados recientes, como el ingreso ilegal de aduaneros y militares bolivianos a territorio chileno, la prohibición de que el ministro de Defensa boliviano viaje a Chile, la exigencia a este que le pida disculpas a Bachelet por ofenderla, la respuesta "que le vaya a pedir perdón a su abuela", la provocadora orden de Evo de reforzar las unidades militares en su frontera con Chile, la manifestación hostil contra el consulado chileno en La Paz, la polémica visita del canciller mapochino a la disputada zona del estratégico manantial Silala (sus aguas abastecen a las norteñas y desérticas minas cupríferas chilenas) y el inaceptable maltrato a varios periodistas bolivianos en el aeropuerto santiaguino, inocentes colegas que cubrían –como invitados de Latam– la inauguración de los vuelos entre Santa Cruz y esa capital.

Como lo hacía Toledo, seguramente por consejo de Carlos Ferrero, Evo suele jugar a la peligrosa carta del antichilenismo para ganar popularidad y tapar problemas internos (como lo acaba de hacer Maduro al enviar 60 militares venezolanos a ocupar temporalmente un pedazo de territorio colombiano). Pero el problema es que los chilenos muchas veces reaccionan con prepotencia a esos jueguitos y el resultado es que las cosas pueden escalar descontroladamente.

Sería muy remoto, y extremadamente abusivo, que Chile recurra a un escarmiento militar contra la irritante Bolivia, pero está claro que Santiago jamás va a permitir que se le cierren las aguas del Silala, como tampoco le va a ceder salida al mar a Bolivia, así La Haya se lo ordene. Ojo, canciller Luna, a ese conflicto.