"Tengo casi 12 años preso y hoy me están llevando de nuevo a la cárcel. ¿No es eso suficiente?", cuestionó Alberto Fujimori. (Foto: GEC)
"Tengo casi 12 años preso y hoy me están llevando de nuevo a la cárcel. ¿No es eso suficiente?", cuestionó Alberto Fujimori. (Foto: GEC)

Pese a ser una prerrogativa presidencial incuestionable, el indulto a Alberto Fujimori fue fruto de una componenda o negociación para que el Congreso no vacara al ex presidente Kuczynski. Torpemente, Kenji Fujimori dividió a su fuerte bancada, creyéndose el gran triunfador. Craso error. El fujimorismo, keikistas y kenjistas, terminó diezmado.

Hoy, Alberto Fujimori (AF) está en prisión y enfermo. Tal vez lo más cruel del sainete es que tuvo una libertad fugaz. Difícil que salga de esto. Los deudos de La Cantuta y Barrios Altos tienen también derechos y argumentos, y los harán valer.

Nuevamente, el gobierno utiliza este asunto para dinamitar a los keikistas. Continúa empoderando y manejando a los fratricidas, quienes repiten el mismo error, creyendo que el líder fujimorista saldrá libre. Les han regalado una bancada de nueve congresistas, Cambio 21, que apenas tiene un representante en el Consejo Directivo del Congreso.

Indudablemente serán comparsa del gobierno con una ‘monoidea’: que salga el ‘Chino’, a quienes varios no conocen. El Ejecutivo utiliza bien esto y, como antaño, Alberto Fujimori se convierte en una moneda de cambio. El presidente se pronunció hace días por la prisión domiciliaria para el fundador del fujimorismo.

Pero no mencionó que en octubre de 2018 observó el proyecto de ley al respecto presentado por Fuerza Popular (FP). El mandatario declaró que “ameritaba debatirse y buscar un consenso necesario entre todas las fuerzas políticas”. Convenientemente cambió de opinión. Lo evidente es que ha ‘logrado’ que los kenjistas arremetan contra FP en el Parlamento donde se ha organizado un frente común antikeikista.

El actual presidente del Congreso obtuvo su curul gracias a la arrolladora votación obtenida por el fujimorismo en las elecciones de 2016. Una cifra imponente: 73 parlamentarios. Suficiente para que el estilo de Shakespeare (traición, odio, intrigas) se impusiera en el Parlamento, la institución fundacional de los gobiernos democráticos.

En nuestra historia republicana se ha visto de todo, caudillos, políticos pillos, deshonestidades y sobornos. Pero nunca como hoy el presidente del Congreso, elegido exclusivamente por Fuerza Popular, pasó a ser un fiel escudero del Ejecutivo, su ex rival político. Las razones no son claras, aunque deben ser poderosas. De hecho no es un tema de convicción doctrinaria.

Los más curtidos sostienen que todo el cambalache que vivimos es para imponer al caballazo el cuestionado acuerdo con Odebrecht. Una negociación que hace agua por donde se mire y que descalabrará al Perú, también al régimen. Entre tanto, ningún congresista será reelegido y será difícil que Alberto Fujimori deje la prisión. Atila se queda chico.