El pleno del Congreso tendrá su primera sesión luego que se extendiera la legislatura hasta el 30 de enero del 2019. (Foto: GEC)
El pleno del Congreso tendrá su primera sesión luego que se extendiera la legislatura hasta el 30 de enero del 2019. (Foto: GEC)

Un congresista o un regulador ve el mundo como un gran tablero de ajedrez en el que puede mover las piezas (a cada uno de nosotros) a su antojo y organizar el juego con resultados predecibles y ordenados. Cree que puede colocar el caballo al lado del alfil y comer el peón rival a su voluntad solo tomándolo con la mano. Ven al mundo sujeto a un plan diseñado a su voluntad y que pueden controlar a su antojo.

Pero en el mundo real cada pieza tiene su propio principio motor, distinto al que quiere imponer la mano del ajedrecista. Si los principios motores de cada pieza son ajenos a la simple voluntad regulatoria, “…el juego se desarrollará en forma miserable y la sociedad estará en todo tiempo en un alto grado de desorden”.

Así describe Adam Smith (en su libro “La teoría de los sentimientos morales”) lo que Hayek llamaría la fatal arrogancia: la idea (equivocada) de que podemos decidir mejor que los demás lo que es bueno para ellos.

No somos piezas en un tablero. Tenemos voluntad y dignidad propias, preferencias distintas y capacidades diversas. A diferencia de los peones inertes de un juego de ajedrez, tenemos vida y no queremos (y no podemos) vivirla necesariamente igual que los demás. Es esa fuerza motora independiente la que define nuestra individualidad y nos hace capaces de perseguir sueños, tener esperanzas distintas, alcanzarlas o, eventualmente, fracasar.

Las regulaciones fallan no necesariamente por estar guiadas por malas intenciones (aunque en muchas ocasiones tiene un origen malvado) ni porque quienes las crean no sean inteligentes (aunque suelen ser dadas por personas realmente torpes).

Fallan porque el ajedrecista no tiene la información suficiente para decidir en lugar de todas las “fichas humanas”. La individualidad de las fichas no hace que el juego sea perfecto. Pero el juego centralizado añade a la imperfección humana la imperfección de información.

Los controles de precios crean colas porque los reguladores no pueden impedir que las piezas en el tablero demanden más productos que los que necesitan. Y generan escasez porque las piezas no querrán producir si el precio es artificialmente bajo.

Las reglas que imponen por ley a los centros educativos la obligación de que los alumnos rindan exámenes así no hayan pagado la pensión hará que aumente la morosidad, se eleven las pensiones y los alumnos cumplidores asuman el costo de los incumplidores.

Las reglas que impiden el despido no lograrán que los empleadores contraten más trabajadores. Forzar a tener más vacaciones no conseguirá que los trabajadores ganen más.

Y es que es arrogante pensar que las leyes y mandatos legales pueden controlar la fuerza motora individual de la iniciativa privada.