Eliane Karp no dijo nada sobre el paradero de su esposo, el hoy prófugo de la justicia Alejandro Toledo.
Eliane Karp no dijo nada sobre el paradero de su esposo, el hoy prófugo de la justicia Alejandro Toledo.

Cuando uno de los reporteros que trabajaba conmigo en AgenciaPerú entró a mi oficina y me dijo que le acababan de entregar la agenda de Eliana Karp, correspondiente al año anterior, es decir a 2002, me dejó aturdida. Mientras el periodista me explicaba las razones que había esgrimido una de las secretarias que había acompañado a la entonces primera dama desde la campaña presidencial para decidir ir a nuestra oficina a entregarnos el cuaderno, pensé que podía ser una trampa, que nos estaban sembrando información falsa; al fin y al cabo, nosotros hacíamos el programa político más crítico de la televisión.

Pero después de desmenuzar los motivos que dio la fuente: “La bruja me trataba pésimo, a punta de insultos y por último me ha despedido por enfermarme”, había sostenido con los ojos aperlados por unas lágrimas que intentaba contener, nos dispusimos a corroborar y cruzar cada uno de los datos que ahí aparecían.

Gracias a lo corroborado, descubrimos que poco después de elegido Alejandro Toledo, su esposa había mandado a abrir dos empresas offshore en Panamá. Que le había pedido al mejor amigo del electo presidente, Adam Pollack, que le prestara su nombre para una de ellas y al entonces abogado presidencial, César Almeyda, que hiciera lo mismo para la otra.

Corroboramos también que el jurisconsulto Alberto Químper –el mismo que años después se hiciera famoso por los audios del faenón– se encargó de constituirlas y que así nacieron Blue Bay Investments y EK Consulting. Supimos también que, en paralelo, Karp había creado una ONG internacional llamada Pacha para el Cambio.

Cuando publicamos el hallazgo, Karp llamó por teléfono a mi empleador y le ordenó a gritos que me despidiera. Los tiempos habían cambiado y Karp tenía el alma parecida, pero no era Montesinos. Así es que cada domingo, desde nuestro programa, profundizamos en los datos comprometedores que contenía la agenda. A los reportajes sobre las offshore de Karp, se sumaron pronto los que evidenciaban los negocios oscuros que hacían los hermanos de Toledo y algunos de sus sobrinos, entre los que hubo un violador.

Almeyda, el abogado del presidente y cómplice de Karp, fue designado jefe del remozado Servicio de Inteligencia. Pronto demostramos que había llegado con el ánimo de reconvertir el nuevo sistema en el SIN de Montesinos. Pudimos propalar una de las interceptaciones telefónicas ilegales que había ordenado, por lo que Toledo se vio obligado a removerlo del cargo. Al final, Almeyda fue a parar a la cárcel. Pero se “la comió” con la boca bien cerrada.

Hago este “recordaris” porque la verdadera entraña de la pareja Toledo-Karp fue revelada al año siguiente de que asumiera el poder. ¡Allá los que no quisieron verla!

Es más, siempre fue evidente que el cerebro que funcionaba era el de ella. Se las sabía todas. Durante los 90 trabajó en bancos de segundo piso en el extranjero. Y cuando su esposo ya estaba en la presidencia, pretendió seguir siendo consultora del Banco Wiese. De hecho, uno de los pagos por esas consultorías fue depositado en una de sus offshore en Panamá. Usted, querido lector, imaginará los improperios que lanzó cuando le explicaron que incurría en conflicto de intereses.

En último viernes, Karp insultó al fiscal Rafael Vela en la Corte de San Francisco; pero no lo hizo en defensa de su “Cholo sano”, ella está comprendida como acusada en el caso Ecoteva, el mismo que está por ingresar a juicio, es decir, a la última etapa de un proceso penal en el Perú. La justicia norteamericana deberá extraditarla.

Por cierto, mientras manejó como le dio la gana la Comisión Nacional de Pueblos Andinos, Conapa, desaparecieron varias momias de la cultura Chachapoyas. Así es que Karp no solo tiene que responder por la estrategia que diseñó para la ruta que debía seguir el dinero que su marido le cobró como coima a Odebrecht. También tiene que devolver lo que se llevó del Perú con el cuento de que era una destacada antropóloga que hablaba quechua y entendía, como nadie, la cosmovisión andina. Si algo de eso fuera cierto, habría respetado el segundo mandamiento de la ley indígena: Ama shua, no robar.