Paro agricola, bloqueo de carretera Km 271 en Barrio Chino, Villa Curi. (Fotos: Alessandro Currarino / @photo.gec)
Paro agricola, bloqueo de carretera Km 271 en Barrio Chino, Villa Curi. (Fotos: Alessandro Currarino / @photo.gec)

El Perú es un país donde el nosotros es chiquitito y el otros inmenso. Obviamos los problemas hasta que nos explotan en la cara, parchándolos como se pueda. Y luego aprobamos soluciones rápidas, efectistas, probablemente inútiles o hasta contraproducentes. Para hacer la telenovela más angustiante, en paralelo a esa inacción permanente y decisiones apresuradas, ocurre una discusión sobre políticas públicas cansina que implica una cantidad de tiempo invertido versus resultados obtenidos, que es una burla. Falta agua, saneamiento, educación, salud, caminos; sobra anemia, burocracia, corrupción, descentralización mal hecha. Quienes tienen que decidir no dedican tiempo a enterarse y los que saben más no lo comunican de manera fácil, mientras la gente desconfía y se impacienta en las redes y calles, como si hubiera soluciones mágicas a problemas complejos.

Hace ya décadas, Gastón Acurio y nuestros mejores chefs nos regalaron la gastronomía como identidad y vínculo. Comíamos rico, pero no nos sentíamos orgullosos y unidos por hacerlo. ¿Qué más sentimos que nos une? Casi nada. Pero la verdad es que sí nos unen un montón de problemas de los cuales no vamos a poder salir si cada uno no hace su parte. Eso implica querernos más y no tirar por la borda lo avanzado por la frustración de lo que falta, que siempre va a ser mucho. Si no dedicamos tiempo suficiente a enterarnos de los dilemas que enfrentamos como sociedad, nos van a manipular. Un bicentenario con COVID al menos debería dejarnos la lección de que no salimos de esta solos. Somos todavía un país con inmensas necesidades, que necesita priorizar cada sol y que no puede darse el lujo de perder lo que ha avanzado.

La agroindustria peruana era un milagro, por la capacidad de crear empleo formal, superar pobreza y conquistar mercados externos. Incluye empresas que cuentan con certificaciones laborales internacionales bien exigentes y otras que tienen graves problemas de informalidad, malas condiciones de trabajo y pago. El Estado eligió no fiscalizar donde más informalidad había. Las empresas formales sabían de la informalidad y debieron distanciarse antes de toda esta explosión. Ya la pandemia nos ha enrostrado el costo de tener 70% de empleos en la informalidad. Reconozcamos la realidad con ganas de mejorar lo que hay, de manera responsable.

Generar empleos bien pagados suficientes no se resuelve sembrando arándano. Nos tenemos que ocupar de lograr buenos resultados en todo lo que impacta en el desarrollo de capital humano competitivo (nutrición + salud + hogares sin maltrato + educación inicial, básica, técnica y universitaria + políticas de ciencia y tecnología). Tenemos que aprender a pelearnos menos, escucharnos más y ser más ordenados y consistentes para atacar nuestros problemas, desenmascarando a los vendedores de sebo de culebra. Conflictos va a haber, pero necesitamos enfrentarlos de manera más madura y constructiva. La adolescencia no puede durar doscientos años.

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