/getHTML/media/1238511
Lo último del paro de Transportistas
/getHTML/media/1238503
Rubén Vargas sobre inseguridad: "Se necesita inteligencia no estado de emergencia"
/getHTML/media/1238497
Gilmer Meza de Sutep Lima: "Ministro de Educación -Morgan Quero- debería de renunciar"
/getHTML/media/1238485
Alfonso Bustamante CONFIEP sobre inseguridad: "No hay liderazgo, hay ineficiencia"
/getHTML/media/1238306
Mariana Costa de Laboratoria habla sobre sus encuentros Obama y Zuckerberg en La del Estribo
/getHTML/media/1238304
Los mejores libros del siglo XXI según The New York Times | Biblioteca de Fuego
/getHTML/media/1238303
¿Cementos y fútbol femenino? Gabriel Barrio de Unacem en Marcas y Mercados
/getHTML/media/1238207
118 mujeres han sido víctimas de feminicidio en lo que va de 2024
/getHTML/media/1238198
Lo último: allanan la casa de 'Chibolín'
/getHTML/media/1237508
Hugo de Zela sobre viaje a EE.UU.: "Se intentó explicar al Congreso, pero Dina no quiso"
/getHTML/media/1237506
Abraham Levy: "Hay mucho desinterés sobre los incendios forestales"
/getHTML/media/1237484
Darío Sztajnszrajber, filósofo: "Aprendamos a vivir el amor también con sus sombras"
PUBLICIDAD

Actuando como creativo

“Yo sentí que las tablas del teatro se abrían bajo mis pies y el propio Konstantín Stanislavski masticaba mis huesos con unos afilados dientes de acero”.

Imagen
oso polar
Fecha Actualización

Por: Gonzalo Figari

En el Club de Teatro de Miraflores vivíamos en una minigalaxia teatral. Dos veces por semana nos entregábamos espontáneamente a interpretar escenas por grupos, viñetas de 5 minutos que se disolvían con la efervescencia del entusiasta aplauso de la gente de la clase.

Un día, en el descanso de las clases, mi amigo Norman trajo la gran noticia, una que yo estaba esperando, incluso sin saber que la estaba esperando. Alberto Ísola, en aquel entonces el ‘Mbappe’ del teatro peruano, había abierto las inscripciones para el casting del primer taller para jóvenes actores del Grupo Ensayo.

MIRA: Dina Boluarte: Más de S/ 7,500 millones para comprar aviones de guerra y de paso un avión presidencial

Al día siguiente, a las 8:15 de la mañana, estábamos Norman y yo sentados en la puerta del Teatro Británico de Miraflores esperando nuestro turno para ser parte de ese soñado casting de promesas teatrales. Nuestras caras se iban descomponiendo en la desolación al ver delante de nuestros ojos entrar y salir del casting a unos jóvenes pura sangre de la actuación peruana: Julie Naters, Baldomero Cáceres, Johanna San Miguel, Monchi Brugué, Bruno Odar, Eduardo Adrianzén...

Todos ellos salían felices; no solo eran famosos, sino que, además, se conocían entre ellos: eran los ‘Shirley Temple’ de la escena actoral limeña. Los jóvenes con más talento del medio se habían presentado a ese cotizado casting y nosotros éramos unos dos don nadie de la Copa Perú intentando colarnos en el once titular del Real Madrid teatral.

Primero entró Norman. Cuando salió, noté en su cara que estábamos en una chacra ajena. Luego, me tocó a mí. Entré casi temblando a una sala donde estaba sentado solo Alberto Ísola, el enorme y todopoderoso Alberto Ísola. Era como estar frente a un inmenso oso polar. Hice mi prueba, no tengo ningún recuerdo de ese momento, solo que lo hice lo mejor que pude. Alberto se rio al final de mi prueba y yo pensé: ¿le gustó o la cagué?

Salí con más dudas que antes.

A los pocos días recibí la llamada de Charo, la persona que coordinaba el taller, para decirme que estaba dentro, ¡¡¡que había logrado colarme en el primer taller para jóvenes actores del grupo Ensayo!!! No lo podía creer. Yo también podía ser una de las ‘Shirley Temple’ del luminoso teatro peruano.

Cuando llegué a la primera clase, no sabía si saludar a mis nuevos compañeros o pedirles un autógrafo. Alberto Ísola nos contó que el taller terminaría con la puesta en escena de una obra y una temporada teatral: “EL MATRIMONIO DE BETTY Y BOO”.

Tras dos días de ensayos, empezó a repartir los papeles para la obra. Yo esperaba un papelito pequeño, algo que me permita esconderme entre tanto talento, para luego decir “yo estuve allí”, pero Alberto dejó mi nombre para el final: “¡¡¡Gonzalo hará el papel de MATT!!!”. MATT era una especie de narrador que estaba toda la función en el escenario con un texto larguísimo e importante. Yo no sabía si esa era una gran noticia o un delicioso caramelito envenenado. El estreno era inminente. Los días avanzaban y yo no lograba ni aprender el texto ni entrar en el personaje. Además, en la obra había que cantar, y el maestro de canto del taller era el excelentísimo Pepe Barcenas. Él me decía con cierta desesperación: “Gonzalo, saca tu voz”, y yo no sabía de dónde sacarla. Cada día que pasaba, la frustración era más y más grande; estaba sentado en un Ferrari a 200 km por hora sin saber conducir. Hasta que un día pasó lo que tenía que pasar. Alberto Ísola me llamó al final del ensayo y me dijo con voz de cirujano tras una operación fallida: “Querido Gonzalo, debes abandonar el taller. Tú no vas a poder con el papel y el estreno de la obra es en unas pocas semanas”.

Yo sentí que las tablas del teatro se abrían bajo mis pies y el propio Konstantín Stanislavski masticaba mis huesos con unos afilados dientes de acero. Quería llorar a mares, pero me mantuve quieto. Me convertí en una pared más de esa habitación. Quería salir corriendo, pero estuve tranquilo. Le di un abrazo a Alberto Ísola y le agradecí la oportunidad. Tal vez esa fue la mejor actuación que hice en ese taller.

VIDEO RECOMENDADO


 

TAGS RELACIONADOS
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD