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Lima se fundó en la margen izquierda del río Rímac. El río, como todos los de la costa que no han sido alterados, era de una gran amplitud. De hecho, lo que vemos entre Huampaní y La Atarjea como un cauce ancho y de lento discurrir era lo que Pizarro y sus huestes encontraron, probablemente hasta la desembocadura misma.

El Rímac, como sabemos, tiene un régimen de aguas asociado a las lluvias en la sierra cuya presencia es estacional. Así las cosas, el caudal del río cae significativamente en época seca.

Esa es la razón por la que desde los tiempos coloniales, los limeños han podido hacer obras en ambas márgenes del río sin mayor dificultad. Una de ellas, el puente del Ejército da inicio a un tramo más angosto.

Cuando el río se angosta, la velocidad de sus aguas crece, lo que facilita la formación de acantilados y más aún la socavación de los taludes laterales que soportan las viviendas al borde de ellos.

He tenido la oportunidad de ver, esta semana, una propuesta presentada a la Autoridad Nacional del Agua para hacer correcciones en el fondo del cauce del río dentro de la ciudad, con el fin de que las obras y poblaciones cerca del río dentro se mantengan seguras y con ello devolver la continuidad ascendente del cauce.

Esa es una condición para que la vida regrese al río.