(Foto: Andina)
(Foto: Andina)

Como no podía ser de otro modo, Pedro Castillo ha hecho de la opacidad una política de gobierno. Como en los Estados totalitarios donde el secretismo y la conspiración son moneda corriente, la nueva administración presidencial prefiere obrar y despachar entre cuatro paredes, a puertas y ventanas cerradas, lo más lejos posible de la opinión pública y de cualquier escrutinio ciudadano.

A ello deben agregarse las ridículas afirmaciones del primer ministro Guido Bellido sobre el presunto afán “obstruccionista” de la prensa, a la que atribuyó “noticias que, semana a semana, lo único que están haciendo es generar caos e inestabilidad a la economía”. Como si fuese el periodismo el culpable de la subida del dólar, las caídas en la Bolsa y la desazón y alarma que reina entre la ciudadanía ante el nombramiento de ministros y funcionarios que distan mucho de dar la talla para los cargos que han recibido, sin mencionar a aquellos cuyo único destaque curricular parece figurar en atestados policiales y folios judiciales.

Siguiendo esa lógica tan antidemocrática, el gobierno está convirtiendo en norma impedir el acceso a la prensa a eventos oficiales que deberían ser abiertos, como por ejemplo la ceremonia de reconocimiento de Pedro Castillo como jefe supremo de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, a la que solo se permitió la entrada del canal estatal TV Perú. Una política propia de los países del pacto de Varsovia, antes de la caída del Muro de Berlín –que, precisamente, por la opacidad de sus aparatos estatales se conocían también como naciones “detrás de la cortina de hierro”– y de las dictaduras bananeras, que solo permiten la existencia de medios oficiales o adictos a sus regímenes.

Esta opacidad fue también denunciada por la Contraloría General de la República, al alertar al país que la decisión de Castillo de no despachar en Palacio de Gobierno, sino en su casa del Jirón Sarratea, atentaba contra transparencia obligatoria de la función pública, más si era de alto rango.

Todo es coherente, desde luego, con las incesantes amenazas contra la libertad de prensa que los candidatos de Perú Libre solían proferir durante sus campañas electorales, como si el problema fuera el mensajero y no el oscuro, tenebroso mensaje que da este gobierno con cada uno de sus actos.