Esta campaña electoral se ha encargado de derrumbar el clásico paradigma según el cual las elecciones en el Perú son polarizadas. Las de hoy son, más bien, profundamente atomizadas, y la causa central es ese abismo insondable que se ha abierto entre políticos y ciudadanos, esa desconfianza generalizada hacia nuestra clase política.
Si apelamos a la historia reciente veremos que, a medida que se acerca la fecha de la elección, los dos o tres primeros puestos se consolidan y los últimos se desinflan. Esta vez, sin embargo, la fragmentación persiste. Según la encuesta del IEP publicada ayer, a dos semanas de las elecciones, seis candidatos tienen opciones palpables de pasar a segunda vuelta, y tan solo 3.5 puntos porcentuales separan al primero en la lista (Lescano con 11.4%) de la sexta (Fujimori con 7.9%).
Nunca antes candidatos con 11.4% (Lescano) o incluso 8.2% (Forsyth) de intención de voto se hubieran permitido siquiera fantasear con pasar a segunda vuelta. Sin embargo, en esta elección llena de paradojas, es perfectamente posible que cualquiera de ellos dos se convierta en el próximo presidente del Perú. Pero no solo eso, el porcentaje de electores que no se siente representado por ninguno de los candidatos (27%) es similar al porcentaje de electores que votará por los tres primeros puestos juntos (30.7%).
Este escenario plantea un serio desafío para la gobernabilidad del país en los próximos cinco años. ¿Podrá un presidente que comienza su mandato con tan poca legitimidad gobernar sin sobresaltos? Mas aún, ¿Podrá terminar su mandato si consideramos que no tendrá mayoría en un Congreso que será fragmentado y dividido? Quien sea electo presidente tendrá que tener muñeca para alcanzar un acuerdo con las principales fuerzas políticas que le permita gobernar, y estas deberán dejar de lado sus agendas personales.