(Foto: Lino Chipana / GEC)
(Foto: Lino Chipana / GEC)

Al cumplirse esta semana los primeros 100 días de gestión del presidente Pedro Castillo, el balance es totalmente desfavorable. La principal razón es su flagrante incapacidad de gobernar: un mandatario cuya falta total de liderazgo y consistencia política está permitiendo que la inoperancia, el caos y la violencia se apoderen del país.

Lo podemos comprobar, incluso, con lo que sucede en estos días, una sincronizada cadena de conflictos sociales con ataques, amenazas y actos que lindan con la subversión y que tienen en jaque a las principales actividades económicas del país.

En estos 100 días, a duras penas y regañadientes Castillo pudo ratificar a Julio Velarde en el BCR, después de demorar largas semanas generando una inestabilidad económica cuyo único resultado fue disparar hasta las nubes el precio del dólar. Pero si de nombramientos hablamos, las designaciones de personajes cuestionados o sin idoneidad para puestos claves de la administración pública se convirtieron en una nefasta rutina que, aparte de los perjuicios que traen y traerán al país, ha erosionado rápidamente la credibilidad de los dos gabinetes que hasta ahora lleva como gobierno.

Pedro Castillo ni siquiera ha podido ser consistente con acuerdos internacionales y políticas de Estado, al alentar él mismo la expansión de los cultivos ilegales de hoja de coca cuando, en Pichari, ofreció la industrialización de un producto que sabemos que mayoritariamente va al narcotráfico.

En cuanto al sector Educación, pone a un ministro cuya única agenda es acabar con la carrera pública magisterial, tumbándose la meritocracia (evaluación y ascensos por resultados) para los docentes, en lugar de priorizar el retorno a clases luego de la pandemia con estrategias claras que garanticen la seguridad sanitaria tanto para los profesores como para los alumnos y sus familias.

En un arrebato de sinceridad, Vladimir Cerrón dijo hace poco que llegaron al poder por casualidad. Que nada estaba planeado. Y por supuesto que se nota: tenemos un presidente que ha hecho de la improvisación una política de Estado y de la incompetencia un estilo (“casual”) de gobierno.

Una casualidad que, lamentablemente, la estamos pagando los peruanos, con un costo de vida y una inflación que suben mes a mes, y peor, con un incremento de violencia y desgobierno que nos amenaza a todos.

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