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Enrique Castillo,Opina.21ecastillo@peru21.com
En este todos contra todos han cobrado vigencia, y con mucha fuerza, personajes que ya habían dejado el escenario político o se manejaban en él con menos perfil. Por ejemplo, la presencia permanente y altisonante de Alberto Fujimori lo ha devuelto a la arena política y, contra lo que muchos piensan, esto puede revitalizar al fujimorismo en un momento de alta inseguridad, en la que mucha gente pide mano dura contra la violencia. En la elección pasada, muchos le reclamaban a Keiko Fujimori el haber tomado distancia de su padre en una especie de fujimorismo sin Fujimori. Eso la debilitó. Hoy quizás estemos asistiendo a una suma que no reste. Incluyendo a Martha Chávez. Todos saben que el fujimorismo siempre fue frontal, autoritario y sectario, y así mucha gente lo apoyó. Polarizar es su negocio.
Lo grave es que no hay en este momento una voz reconocida que pueda llamar al orden o que pueda convocar a los pleitistas para un cese de hostilidades. El espíritu violento y con ánimo de confrontación está activo en los más altos niveles del Gobierno, empezando con el presidente –que debería ser el llamado a pedir un alto el fuego– y en todos los políticos.
Obviamente, lo que está en juego en esta guerra no es la lucha contra la corrupción, la búsqueda de la justicia o la disputa por un modelo político o económico. Lo que está en juego es la lucha por el poder, la Presidencia del 2016.
Lamentablemente, en esta guerra el único que pierde es el Perú.