(AFP)
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Marina Palacios llora y reza. Mientras bajamos las escaleras del hotel La Quinta, en Puebla, a unos 130 kilómetros de Ciudad de México, la mujer de unos 65 años, me dice con voz bajita que el terremoto del 85 no fue tan fuerte como este. Ella no lo sabe con exactitud, pero lo presume. Y yo menos. Pero sí: estamos viviendo el terremoto más potente del último siglo en . Las paredes se remecen. Las lunas no se rompen, pero vibran intenso como si en cualquier momento fueran a explotar. 

Más fuerte que en el 85, más fuerte que en el 85… El recuerdo trágico que ella y miles de mexicanos tiene, hace que el pavor se pueda ver en los rostros, en las palabras atropelladas, también en los pedidos de calma que algunos hacen. Es jueves, 11:49 de la noche. 63 segundos eternos duró el terremoto de 8,2 grados que también fue estimado en 8,4. Hasta las siete de la noche del viernes, se reportan más de 459 réplicas.

Según datos oficiales, hay 35 muertos y 200 heridos. La cifra seguirá creciendo. Lo sabemos. La zona más afectada ha sido la de Chiapas y Oaxaca, estados del sur del país. Las fotos que llegan desde estas partes son devastadoras.  La tarde del viernes, el presidente da una nueva cifra: 61 fallecidos. 

Nunca tan fuerte

Por la madrugada, mientras los mexicanos y los turistas esperábamos las réplicas y nos alistábamos para cualquier eventualidad, el presidente Enrique Peña Nieto confirmaba lo dicho por Marina: “Es el temblor más fuerte que hemos registrado en al menos los últimos 100 años”.

Esta mañana vería a Marina, una mujer pequeñita pero enérgica. Estaba en el comedor. Con sus maletas. Como una sombra. Se regresa a Oaxaca, pues allí está su madre y quiere abrazarla, aunque sabe que está bien. Pero es en estos momentos cuando se quiere abrazar a la madre y a los hijos, me dice. Fue ella la que me vio hablando con mi madre por WhatsApp, y sabe que la entiendo. Luego agrega:  “Periodista, este es el terremoto más horrible de mi vida. Y yo me salvé del 85, estaba en Ciudad de México”, Nos despedimos con un abrazo fuerte. Ya para subirse al taxi, dice: "Llame a su jefa otra vez, dígale que la quiere". 

El sismo del 85 tuvo una magnitud de 8,1.  Ocurrió el 19 de septiembre y dejó 9.500 muertos. En el entonces Distrito Federal, hoy Ciudad de México, tres de cada cuatro edificios de más de cuatro plantas sufrieron daños y muchos se derrumbaron. La palabra para describir este movimiento es catástrofe. Lo de ayer no fue así de devastador.  De hecho, México aprendió mucho de aquella experiencia. Pero el terror del recuerdo regresó a la memoria de mujeres como Marina y de aquellos que vivieron esa pesadilla. El gobierno decretó tres días de luto nacional. 

México está en alerta. Además de las réplicas está la amenaza del huracán Katia, de categoría 1, que avanza este viernes por el Golfo de México hacia el estado de Veracruz. Los ciclones Irma y José  también cruzan el mar. "Estamos premiados", dijo un joven taxista. Pero no había sonrisa en su rostro. Tampoco parecía una broma.

"Dios, por favor no",  gritó mi vecino de habitación. Era un hombre de canas, flaco como si estuviera de perfil. Abrigado con una bata marrón. Me invitó a orar mientras yo me aferraba a la puerta que temblaba. "Dios, por favor no", repetía. Y yo lo miraba recordando la tragedia en Pisco. Mientras los mexicanos pensaban en el terremoto del 85,  

Otra mujer, en el pasillo, iba rezando un Padre Nuestro. Alguien me dijo que mirara el cielo, esas luces en el cielo. Yo no las quise ver. Era recordar el 2007, las luces en el cielo.  Como todos los ocupantes del hotel, evacuamos. Así, sin zapatos, celular en mano, nos mirábamos los unos a los otros. "¿Ya pasó?". La pregunta era un poco obvia, pero es como si en situaciones así uno buscara la confirmación para recuperar la calma.