Redacción PERÚ21

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Los habitantes de Juchitán, la ciudad más golpeada de tras el terremoto de 8.2 grados, tienen miedo de que comience una réplica, por eso, todas las noches, desde que ocurrió la tragedia, se mantienen en vigilia, alertas.

Juchitán tiene cerca de 74 mil habitantes. Gran parte de ellos —cientos de familias— se han establecido en zona de campamento ya que no tienen agua ni electricidad, según reportan en agencia AFP.

Y no es para menos. Se trató del terremoto más grande de los últimos 100 años, según el gobierno. Por el momento ha dejado 61 muertos, 36 de ellos en esta localidad.

"Estamos en una paradoja terrible: si nos quedamos en la casa, puede volver a temblar y ahora sí se nos cae encima. Si nos vamos a los albergues, los rateros se ponen a las vivas y nos quitan lo poco que queda", resume para la AFP Héctor Aguilar, un profesor de Historia de 52 años.

Su esposa Mayra —termo de café en mano— acondiciona en la banqueta dos colchonetas para sus hijas de nueve y trece años. "No podemos correr más riesgos. Las estrellas no se van a derrumbar sobre nosotros y entre vecinos nos vamos a proteger de los rateros todas las noches que sean necesarias", asegura.

Graciela Saavedra, una comerciante de 52 años, no puede contener las lágrimas cuando relata la pesadilla que no quiere revivir. "Fue un ruido muy fuerte, de verdad bien feo, horrible. Estábamos acostados y nos dio la sorpresa ese terremoto que no esperábamos", relata.

Daño en infraestructura

Los rincones más emblemáticos de Juchitán parecen post-apocalípticos: la iglesia está desgajada, el palacio municipal derrumbado de un costado y con la cúpula del reloj partida, la escuela es un revoltijo de escombros y vidrios rotos, y los comercios, en el mejor de los casos, están cerrados.

El Hotel del Río, uno de los más populares de la zona, se desmoronó. Su dueña, conocida por todos como Doña Margarita, murió al caerle el techo encima.

El terremoto tampoco perdonó la casa de doña Margarita. Entre las grandes columnas caídas se alcanza a ver su televisor roto, las copas que estaban en el estudio, las cortinas amarillentas --ahora rasgadas-- de la sala y el naranjo del jardín con las ramas amputadas.

Varias de las antiguas casas de estilo colonial del poblado sucumbieron ante la fuerza del terremoto, dejando expuestos sus ladrillos de adobe y vigas de madera. Del balcón de una de ellas se derramó hasta la calle una montaña de viejos objetos. 

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