(Perú21)
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A los 15 años fue víctima de abuso sexual por parte del sacerdote Fernando Karadima. Vivió ocho años a merced de esa miseria, en la oscuridad, como en una cárcel. El cuerpo de Juan Carlos Cruz logró liberarse, pero su mente no, que durante 20 años permaneció en silencio conviviendo con el miedo, la humillación y la vergüenza. Hasta que, en 2010, junto con James Hamilton y José Andrés Murillo denunciaron al religioso. El caso, sobre todo, en el último año, ha conmocionado a Chile y ha remecido los cimientos de la Iglesia Católica. Hoy Juan Carlos es el orgullo de su sobrina. Es su héroe, porque trata de ayudar a otras personas para que no les pase lo mismo que a él. No se considera un héroe, pero sí lucha por un mundo mejor.

Pese a lo que ocurrió con Karadima, usted se quedó años con él y en silencio. ¿Por qué?
Y es lo que a uno le cuesta perdonarse. Pero tú hablas con cualquier persona que ha sido víctima de abuso sexual o psicológico por estos perversos y te das cuenta de que es tal la vergüenza, la humillación que es muy difícil revelarlo, y a veces, en casos más extremos, la mente lo bloquea. Está el miedo de que no te van a creer. Es como la tormenta perfecta que hace que la gente viva con esta miseria adentro por años.

¿Después de contarlo cómo cambió su vida?
No fue fácil. Con James y José Andrés fuimos los primeros. Karadima era un hombre querido, respetado, relacionado con todas las estructuras del poder del país. Cuando lo contamos no nos creían; nos decían mentirosos, a alguno lo echaron del trabajo. Y no es fácil. Fuimos persistentes.

¿Y dónde está Karadima?
En esos retiros dorados, porque nuestro caso está prescrito. Así son en la Iglesia los castigos de la justicia canónica. Lo mismo pasa con Luis Fernando Figari (caso Sodalicio en Perú), que está en un departamento en Roma y su castigo es no venir a Perú.

Esta suerte de protección de la Iglesia es hasta peor que la agresión.
Evidentemente. Y como lo ha dicho el Papa, tenemos que terminar con esta cultura del abuso y el encubrimiento. Es una verdadera epidemia que está enraizada en la Iglesia.

¿Cuán enraizada?
Absolutamente. Cuando uno tiene un tumor, te lo sacan, te limpian la zona y te hacen quimioterapia. No es solo sacar el tumor, porque la porquería sigue multiplicándose adentro. En la Iglesia, creen que removiendo a una persona y dándole un castigo de penitencia y oración solucionarán el problema.

¿Confía en la voluntad de cambio del Papa?
Yo estuve una semana con él, conversando horas y viviendo en su casa, en mayo último. Y lo que ha hecho es inédito: pedirle la renuncia a todos los obispos chilenos. Ya echó a cinco y sacará a más. Está desmantelando las diócesis más importantes de Chile. Y lo otro bueno que está pasado es que la justicia civil se está involucrando. Al Papa le decíamos: Santidad, estos no son pecados ni faltas, son crímenes y delitos.

¿Y qué les respondía?
Lo aceptó y en sus cartas enviadas a Chile usó esos términos.

Francisco tiene resistencias en la Iglesia.
Muchas. Hay corrientes que van contra el Papa y que no quieren que sea muy duro, porque quieren preservar el prestigio de la Iglesia, que está totalmente dañado. No es fácil para el Papa. Yo lo vi sincero. Tuvimos la posibilidad de decirle las cosas como son.

En Chile pasó algo. En Perú se hicieron las denuncias, se publicaron libros y hasta una obra de teatro se ha montado, pero más allá de eso parece que no pasa nada. ¿Qué tenemos que hacer?
En Chile empezamos igual. No hay que desalentarse, hay que ser persistentes. A la larga, los caminos se abren. Hay que desenmascararlo. El Papa ya sabe que acá ocurre lo mismo. Lo que pasa es que las víctimas tienen que salir a hablar, lo que cuesta horrores.

Se suele cuestionar a la víctima porque no habló a tiempo o hasta se le culpa.
Como dijo desafortunadamente el cardenal Cipriani: las mujeres se visten como en un escaparate y por eso las violan. Es una vergüenza. Ese hombre no debería estar de cardenal. Cipriani no ha tenido ni siquiera la delicadeza de reunirse con las víctimas de los sodálites. Yo soy gay y el cardenal de Chile lo primero que dijo fue: “No sé si Juan Carlos puede ser víctima, porque como es gay le debe haber gustado”. Es lo más horroroso. Pero tengo la esperanza de que esto que ocurre en Chile sea el principio del fin de esta cultura del abuso y el encubrimiento.

¿Los casos revelados son solo la punta del iceberg?
Tal cual. La situación es gravísima. Un fiscal en Chile me dijo: “No te imaginas todo lo que hay y lo que se viene”.

¿Qué se le puede decir a una víctima que aún no ha denunciado su caso?
Aún se puede confiar en muchos sacerdotes buenos. Buscar confiar en algún profesor, en tu familia, en algún psicólogo, en alguien que te pueda ayudar a sacar esta miseria. Una vez que lo dices es muy liberador. Yo lo hice y puedo decir que tengo una vida feliz.

Pese a todo, es católico.
En su momento pensé: estos desgraciados no me van a quitar lo más importante que uno tiene: tu relación con Dios o con lo que tú creas. Me han tratado como enemigo de la Iglesia, hasta me han amenazado de muerte, pero no importa, porque siento que lo estoy haciendo desde adentro de la Iglesia que quiero.

Además, siendo gay es doblemente complicado ser católico, ¿no?
Varias patadas me han pegado, pero no me importa y eso no me define. Yo soy Juan Carlos Cruz.

¿Qué enseñanza le deja todo esto?
Que si te empeñas en algo, si tratas de ser un buen ser humano y quieres cambiar el mundo de alguna forma, hay que hacerlo.

AUTOFICHA
“Soy periodista, trabajo en una multinacional como vicepresidente de Comunicaciones Corporativas y Marketing. Vivo en Filadelfia, Estados Unidos. Soy soltero. Tengo dos hermanos. Mi papá se murió, pero mi mamá vive en Santiago de Chile. Escribí un libro que me encanta, que se llama El fin de la inocencia”.

- “En octubre publico otro libro, que aún no tiene nombre. Este será escrito por las tres personas que denunciamos el abuso sexual de Karadima. Narra lo que pasó después de los abusos. Queremos contar lo que vivimos, a ver si alguien hace lo mismo que hicimos”.

- “Recomiendo leer El infierno de Karadima y en Netflix hay una película que se llama El bosque de Karadima. Quise ser actor, nunca me atreví a hacerlo. Todos me dicen que nunca es tarde, pero no. Dentro de todo lo malo, soy una persona tremendamente feliz porque mi vida tiene sentido”.