Confinados durante diez días en el sur de Francia, los repatriados de la ciudad china de Wuhan, foco del nuevo , tratan de llevar una vida normal. Para entretenerse, uno improvisó una peluquería, otros dan clase y hay quien practica taichí.

A última hora de la tarde, frente al Mediterráneo, que bordea el centro de vacaciones Carry-le-Rouet, cerca de Marsella, donde se encuentran en cuarentena, algunos se juntan para practicar taichí, un tipo de gimnasia china.

En el interior, en una sala con cortinas azules que suele acoger actuaciones, uno de los repatriados, Vincent Lemarié, enseña las bases gramaticales de la lengua de Molière a seis adultos que no hablan francés.

Los alumnos repiten en voz alta algunas frases básicas en francés. Todos salieron de Wuhan (centro de China) a finales de enero debido a la propagación del nuevo . Al igual que el profesor, pasarán varias semanas en Francia e ignoran cuándo podrán regresar a China, donde vivían, a causa del avance de la epidemia que causó más de 800 muertos.

Lemarié, de 48 años, dedica dos horas por la mañana a “prestar servicio” a estas “personas que se encuentran en Francia” de forma inesperada. Por la tarde el alumno es él, en clases de chino con otros repatriados.

A pocos metros de los adultos, unos niños escriben ante la atenta mirada de la maestra, que trata de seguir el programa escolar, constataron varios periodistas de la AFP, sometidos también a confinamiento desde que se fueron de Wuhan.

Más de 200 personas están aisladas durante 14 días, el período de incubación del nuevo virus, en Carry-le-Rouet. La mayoría llegó el 31 de enero en un primer avión, otros el 2 de febrero. Ninguna presenta síntomas del nuevo coronavirus, según las últimas pruebas.

Estos talleres son una bocanada de aire fresco frente a las condiciones estrictas de confinamiento (mascarilla obligatoria, tomar la temperatura dos veces al día y evitar cualquier contacto físico con el exterior).

“No es mi elección”

“La gente se levanta y sabe qué hacer durante el día”, afirma Charles Germain, de 38 años, que ideó un grupo de mensajería para difundir informaciones prácticas sobre la vida en el centro. Antes de su encierro, Germain, separado de su esposa, que se quedó en Wuhan, no se lo imaginaba así.

“Podríamos pasar dos semanas en una habitación [en cuarentena] y no nos íbamos a morir por ello, pero creo que la gente se deprimiría”, explica este aficionado al taichí. Las actividades permiten “recuperar ese vínculo social que hemos perdido cuando estábamos en cuarentena en China”, comenta.

Desde el 23 de enero, las autoridades aislaron del mundo a Wuhan y sus 11 millones de habitantes con la esperanza de frenar la epidemia. Así que los repatriados ya han vivido el confinamiento antes de ser evacuados a Francia.

En Wuhan, “teníamos nuestros lazos familiares en casa, pero nada más. Ya no teníamos ningún contacto con el exterior”, recuerda Charles Germain.

En Carry-le-Rouet se crean relaciones. Pero Charles Germain se niega a considerarse un veraneante. “No elegimos estar aquí”, dice, recordando que la mayoría de las personas han construido una vida en China.

Como Yann, de 55 años, quien desde hace cuatro años posee una peluquería en Wuhan, con una clientela compuesta en “un 70% por expatriados”. Su vida ha cambiado de repente.

Recuerda el aburrimiento y aislamiento en su apartamento de Wuhan los días que precedieron la repatriación. Un período traumático que le provocó hipertensión a su llegada Francia. “Cuando estaba en China, no me daba cuenta del estrés”, asegura.

“Complacer a los demás”

Ahora, en la segunda planta del edificio principal donde viven los repatriados, Yann improvisó una peluquería en un pequeño local. Y siente como si “volviera a vivir”. Empezó cortando el pelo a una clienta habitual, también en cuarentena. Y el boca a boca hizo el resto: cuatro clientes el miércoles, el doble el jueves. Ahora hay que coger cita y cada cual paga lo que quiere.

El espacio es reducido y el equipamiento básico: un espejo, pero no hay agua para el lavado. La cuarentena impone condiciones muy estrictas: nada de lavarse el cabello, cada cliente trae su cepillo y Yann desinfecta los utensilios sistemáticamente.

Peinar “me levanta mucho la moral, necesito este contacto con la gente y complacer con mi trabajo a las personas que me rodean”, declara. Esta experiencia solidaria, dependiendo de las habilidades de cada quien, terminará el viernes. Los repatriados se dispersarán y tendrán que reconstruir sus vidas, sin saber cuándo podrán regresar a China.

A muchos les resulta difícil proyectarse en el futuro. El profesor se pregunta dónde vivirá, el peluquero podría ejercer temporalmente en el local de un amigo en el norte de Francia. Charles Germain tiene un deseo: tomarse una copa con todos ellos en Wuhan cuando la situación lo permita.