Redacción PERÚ21

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Han transcurrido dos semanas desde que Ecuador fue afectado por un gran terremoto que acabó con la existencia de cientos de personas y dejó miles de heridos. Es una tragedia que ocasionó que la vida de miles de personas y de un país entero cambie radicalmente en cuestión de segundos pero, al mismo tiempo, a través del apoyo y asistencia de muchos, mostró el lado más noble de los ciudadanos y de la comunidad internacional.

La vida en las ciudades de Manabi y Esmeraldas se encuentra muy lejos de volver a la normalidad. Según la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras (MSF), muchas familias duermen fuera de sus hogares por temor a nuevas réplicas. Además, indican que, a lo largo de los caminos de las zonas más afectadas, varias comunidades han creado refugios improvisados. Todos ellos no saben en qué momento dejarán de vivir en condiciones precarias.

La organización obtuvo diversos testimonios sobre la vida tras el terremoto de 7.8 que ocurrió el 16 de abril pasado, una tragedia que aún continúa.

CASI PIERDE A SU BEBÉ

Desde el refugio San Francisco del Cabo, en Esmeraldas, Silvana Santos, de 26 años de edad, comenta que durante el sismo casi pierde a su bebé. "Estoy acercándome a los tres meses de embarazo. El día del terremoto casi pierdo a mi bebé, porque hice mucho esfuerzo al cargar a mis otros dos hijos pequeños para huir de la casa".

Asimismo, detalla su difícil situación: "Mi mamá está aquí también con mis hijos y mi marido. Ella sufre de alta presión. Desde que ocurrió el terremoto, la presión la tiene muy alta y no le baja ni con los medicamentos. Y mis hijos, con cada nuevo temblor que sienten, se ponen pálidos y se asustan. En el refugio nos sentimos un poco mal porque en dos colchones dormimos siete personas y recién tuvimos luz hace dos días, antes usábamos velas. Además, la lluvia nos mojó todo lo poco que tenemos".

SE QUEDÓ SIN TRABAJO

También en el refugio de San Francisco del Cabo, MSF obtuvo el testimonio de Glass Moreno, un señor de 50 años que, al ya no poder pescar por su edad, se dedicaba a la cocina como negocio. "En mi casa me dedicaba a preparar encebollado como una forma de ganarme la vida. Pero ahora ya no tengo fuente de trabajo. Incluso, ni los pescadores están saliendo a hacer su labor. Estamos todos a la expectativa de regresar a nuestras casas", declaró.

Moreno comentó que él se encontraba en su casa en compañía de su pequeña nieta durante el momento del terremoto. "Escuché que todos los vecinos empezaron a gritar, a correr y a salir de sus viviendas. Entonces, bajé rápido para buscar a mi nieta y, al tratar de llevarla conmigo, me fracturé mi pierna", explica.

Mientras tanto, bajo esta situación, Moreno declara que todos en el refugio (en donde viven 200 personas entre adultos y niños) deben salir a buscar su propia alimentación. "Tenemos que subsistir", aseveró.

NINGÚN LUGAR ES SEGURO

Nancy Muñoz, del refugio Nuevo Milenio en Manabi, recuerda que momentos antes del terremoto, ayudaba a su mamá en su negocio, cuando de pronto empezó la tierra a temblar. "Quisimos salir corriendo pero nos dimos cuenta de que una de mis sobrinas de tres años no estaba en ningún lugar. Hasta que luego de buscarla, la encontramos mirando dibujos animados en una de las habitaciones. Felizmente la pude rescatar antes de que una pared de la casa le cayera encima".

Muñoz, con un gran pesar, comenta que creía que su casa era una de las mejores de la comunidad: "Estaba segura que nada la podía afectar. Pero ante los embates de la naturaleza ningún lugar es seguro y ningún lugar es el mejor. Mi casa era también mi fuente de ingreso económico. Alquilaba piezas y bodegas para solventar la economía de mi familia y educar a mis dos hijos, que están estudiando en Santo Domingo y en un colegio en Ciudad del Carmen. A ellos les pagaba la comida y el arriendo. ¿Cómo le voy a decir a mis hijos este año que no estudien?".

La sobreviviente cuenta, además, lo difícil que es vivir en un refugio tras el desastre. "En el albergue habían 120 familias, entre niños, adultos, personas con discapacidad y personas de la tercera edad. Ahora quedamos 95 familias. Aquí los niños están muy intranquilos, quieren volver a sus casas. Una niñita de tres años me preguntó un día: ¿Por qué pasó esto? ¿Por qué se dañó mi casa? Yo quiero irme al cielo. Esos pensamientos nos arrancan lágrimas y creo que aquí necesitamos mucha asistencia en salud mental", manifestó.

Muñoz declara que muchos de los refugiados se han quedado sin trabajo y critica el hecho de que no existan voces oficiales del gobierno que les digan qué va a pasar con las viviendas y cómo se reactivará la economía.

OTROS TESTIMONIOS DE LA TRAGEDIA

Jeanina García, 25 años:

"El día del terremoto teníamos una fiesta familiar y estábamos preparando la comida cuando sentimos el primer temblor. En ese momento nos asustamos, pero luego vino un segundo temblor más fuerte y toda la casa se cayó. Nos fuimos hacia la loma, a una zona alta, porque teníamos miedo de que en la zona baja donde estábamos viniese un tsunami. Cuando llegamos, logramos conseguir dos colchones, pero la mayoría de la gente no pudo traer nada. Sus casas se cayeron y todo quedó aplastado".

Juana Vilela Delgado, 67 años:

"Al día siguiente del terremoto, a las 6 de la mañana, me levanté para ver los escombros de la casa donde había vivido todos estos años. No quedó nada. Se cayeron pilares y paredes. La nevera, la mesa, la máquina de coser, el ropero, todo se quebró. En el refugio me enfermé, me dio un dolor en el pecho muy fuerte. Siento como que el cuerpo me baila, me tiembla, y así paso todo el día, hasta que del cansancio quedo dormida. Ahora vino mi hija de la ciudad de Esmeraldas a acompañarme. Todavía no sé qué va a pasar más adelante, estoy sobrellevando la vida que me queda".

Wilber Mina Valencia, 53 años:

"Estaba dialogando con mi familia cuando la tierra se movió. De pronto, 33 años de mi vida y de mi esfuerzo se fueron al piso. Salimos caminando y nos trasladamos a la parte alta de Chamanga y a medida que fueron pasando los minutos, llegaron más personas. Ahora en este lugar hay 95 familias. Para poder permanecer aquí necesitamos carpas para darle a la gente un poco más de estabilidad y porque cuando llueve, se nos echa a perder lo poco que tenemos".

Nancy Cheme:

"Mientras mis padres caían al piso, no sabía qué hacer. Mi mamá tiene 89 años y mi papá, 90 años. Para bajarnos de la casa tuvimos que pedir ayuda y los vecinos nos decían que debíamos emigrar en botes para pasar hacia el otro lado de la Isla de Portete. Desde ese día estamos aquí en el refugio sin saber dónde ir o qué hacer. Mis padres que son de la tercera edad no pueden comer cualquier tipo de alimento y es muy difícil para nosotros permanecer aquí."

Mariana Esmeralda Castillo, 49 años:

"Toda nuestra familia se encuentra aquí en el refugio que construimos pero en el cantón de Pedernales perdimos a muchas personas queridas. Cada día me acuesto y me levanto y no dejo de agradecer por la oportunidad de seguir con vida. Luego del terremoto, volvimos a renacer para poder contarles a nuestros hijos y nietos lo que nos pasó".

Tenga en cuenta

- Según comenta MSF, a la fecha cuatro equipos de la organización se han desplazado a Ecuador luego del terremoto. Precisan que han realizado consejerías individuales o familiares para 70 personas, 17 consejerías grupales en las que han participado 137 personas, 81 actividades de psicoeducación con 914 personas y 108 consultas médicas.

- El terremoto ha dejado 659 víctimas mortales, 40 personas continúan desaparecidas y 29,067 se encuentran en albergues.

- Cerca de 27, 732 personas han recibido asistencia médica.