Redacción PERÚ21

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Por la Dra. Feline Freier, investigadora del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico (CIUP) 

A medida que la crisis en continúa generando titulares, los europeos se han estado preguntando si hay un rol que la Unión Europea (UE) puede jugar para su solución. Dada su reciente contienda con la migración, el instinto de la UE podría ayudar al compartir las mejores prácticas con los países sudamericanos que acogen a los refugiados venezolanos.

A primera vista, este enfoque debería invertirse: Europa debería preguntarse qué podría aprender de las políticas sudamericanas adoptadas frente al desplazamiento forzado de Venezuela.

Aunque los gobiernos de Sudamérica no están cumpliendo con sus obligaciones legales de reconocer a ciudadanos venezolanos como refugiados, bajo la definición de “refugiado” de Cartagena, al menos 4 millones de personas se han desplazado a países vecinos desde el 2015. A inicios del 2019, más de 1,2 millones de venezolanos vivían en Colombia; 700,000 en Perú; 250,000 en Ecuador; 266,000 en Chile; 130,000 en Argentina; y 100,000 en Brasil.

Cada día, 5000 venezolanos huyen de su país, mientras las fronteras de los países sudamericanos continúan relativamente abiertas. Esto es mucho más de lo que la mayoría de países europeos puedan atribuirse haber realizado durante la crisis de refugiados del Mediterráneo.

Sin embargo, si bien las crisis de refugiados europeas y venezolanas son comparables en escala, existen tres grandes disparidades entre las dos situaciones.

Refugiados en UE y migrantes venezolanos en América Latina: parecidos pero distintos

Primero, a diferencia de la crisis de refugiados europea, el desplazamiento de los venezolanos es intrarregional. Los países de América del Sur se han venido esforzando en alcanzar acuerdos de integración regional durante décadas, a través de organizaciones como MERCOSUR, la Comunidad Andina y UNASUR. Paralelamente a reconocer a los venezolanos como refugiados, la mayoría de los países de América del Sur tienen la capacidad legal y, podría decirse, la responsabilidad, de aplicar el Acuerdo de Residencia de MERCOSUR a los venezolanos. Esto solo ha sido efectuado por Argentina, Uruguay y Brasil.

En segundo lugar, en contraste con la crisis de refugiados de Europa, las similitudes culturales entre los venezolanos y sus vecinos regionales facilitan su integración. Esto no excluye los choques culturales, por ejemplo, entre la cultura más caribeña, extrovertida y vivaz de los venezolanos, y la cultura andina más conservadora, introvertida y reservada. Sin embargo, el idioma y, lo que es más importante, las barreras religiosas, son prácticamente inexistentes, a diferencia de lo que sucede entre los migrantes de Europa del Medio Oriente y África del Norte.

En tercer lugar, el desplazamiento de Venezuela difiere de la crisis de refugiados en el Mediterráneo en cuanto a su inserción en las jerarquías socio-raciales de la región. El perfil de los migrantes venezolanos cambia constantemente. Por ejemplo, sus niveles de educación promedio están disminuyendo. Más del 40% de los venezolanos que llegaron al Perú antes de septiembre de 2017 habían completado la educación universitaria, en comparación con solo el 12%, a principios de 2019.

No obstante, muchos venezolanos integran un nivel relativamente alto en las jerarquías socio-raciales de sus países anfitriones, donde aún quedan reminiscencias de la época colonial. Dado que no son indígenas, y muchos de ellos son considerados "blancos" o casi blancos, al menos originalmente se tendía a que sean percibidos positivamente, y como potenciales contribuyentes al desarrollo económico necesario.

Por el contrario, los migrantes y refugiados sirios en Europa se enfrentan a una recepción bastante opuesta. Aunque tienden a ser altamente calificados, con alrededor del 40% de ellos con educación universitaria, sufren un estigma social negativo por el color de su piel, religión y nacionalidad.

América Latina y UE: qué pueden aprender una de la otra respecto a sus refugiados 

A pesar de estas diferencias cualitativas en los contextos de recepción, las dos regiones podrían aprender, una de la otra, en varias maneras. Europa debe aprender de América del Sur cuando se trata de otorgar a los migrantes y solicitantes de asilo el derecho inmediato a trabajar.

A lo largo de la región, el consenso incuestionable es que los venezolanos pueden y deben trabajar tan pronto como lleguen a los países anfitriones, independientemente de su condición de migrantes económicos, solicitantes de asilo o refugiados. Aunque son lentos, se están desarrollando programas formales de integración en el mercado laboral.

En Europa, la mayoría, incluso los refugiados altamente calificados, está desempleada. La evidencia sugiere que facilitar su empleo legal aliviaría la carga fiscal que representan para los programas de bienestar de los Estados europeos, y mejoraría su integración social, sin afectar significativamente los mercados laborales y los salarios nacionales.

Los estados sudamericanos, por otro lado, deberían aprender de la experiencia europea en dos aspectos estrechamente relacionados. La región debería considerar las consecuencias de la crisis europea de refugiados, como una advertencia de la facilidad con que la migración y los flujos de refugiados pueden beneficiar a los populistas radicales.

Desafortunadamente, cada vez es más lucrativo para los políticos sudamericanos construir campañas electorales o propuestas de políticas que contribuyan a la creciente xenofobia. Aquí, el papel de los medios no debe ser subestimado. Los Gobiernos democráticos en toda la región harían bien en cooperar con la sociedad civil y los medios de comunicación, para que se informe de forma equilibrada sobre el desplazamiento de Venezuela.

En segundo lugar, América del Sur debería mirar a Europa y recordar que la inmigración tiene un poder bastante explosivo que puede interrumpir los esfuerzos de integración regional, incluso aquellos tan sofisticados como los de la Unión Europea. Las reacciones poco coordinadas al desplazamiento de Venezuela han socavado los proyectos de integración regional como MERCOSUR y la Conferencia Sudamericana sobre Migraciones (CSM).

Este tema es particularmente importante en el contexto de la implosión de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) –solo Venezuela, Bolivia, Uruguay, Guyana y Surinam siguen siendo miembros–, y su sustitución por el Foro para el Progreso de América del Sur (PROSUR, que marca un retorno ideológico o podría leerse como un reflejo de la resiliencia de la derecha en los políticos de los Gobiernos sudamericanos. 

La migración y los movimientos migratorios de refugiados seguirán siendo temas políticos y politizados en ambas regiones durante los próximos años. América del Sur y Europa deberían aprender de estas experiencias análogas para el bien del futuro de la integración regional y la democracia.

* Este artículo fue publicado originalmente en inglés, en